EL
RELOJERO
LAURA
HERRERO CRESPO
¿Por
qué los relojeros siempre son viejos? Además, muy viejos. De esos viejos
cansados, con el pelo totalmente blanco, y unas bolsas de espanto debajo de los
ojos. Construirán máquinas para contar el tiempo. Parece que el tiempo que van
a ayudar a contar se vuelve contra ellos. Les agota hasta un cierto punto. Les
hace viejos..., aunque luego deja de envejecerles. Los relojeros son siempre
viejos e igual de viejos siempre. El tiempo les ataca de golpe, y luego se
olvida de ellos. Qué triste. Ser viejo siempre...
Ni siquiera tendrá el consuelo de
poderse olvidar del tiempo, como el tiempo se ha olvidado de él. Todo el
tiempo, siempre, mirando a través de un reloj, cual monóculo de patas
mecánicas. Todo el día, siempre, con la agujita ahí en medio, venga a girar.
Qué mareo. Y que no hay forma de olvidarse del paso del tiempo. Siempre se
pueden cerrar los ojos. Pero en previsión, ya nos hemos colgado otro relojito
de la oreja, que, aunque sea mínimo, el
ruidito... Nada, que no hay manera. Todo el día, siempre, recordando el paso
del tiempo.
Por lo menos la pintura podría servir de
consuelo, ha congelado el tiempo. Para siempre.
*****
LA
DANZA DE LAS MARIPOSAS
Cascada
de melena rubia, larga, ensortijada. Sobre un camisoncito amarillo pálido.
Según Goethe, el amarillo, a pesar de resultar extremadamente agradable y
alegre en su estado puro, resulta tan permeable a la contaminación... es tan
fácil que se ensucie... que pueda ser desagradable... Tanto amarillo, tan
inocente, tan fácil de intoxicar.
El camisoncito se levanta impúdico
cuando esa niña, vuelta de espaldas, trata de cubrir algo que ya nos esconde
con su postura. La pequeña hilera de bordados, referencia infantil y perversa,
sólo refuerza la idea de falsa modestia. Triangulitos primorosos que apuntan
hacia abajo, triangulitos que nos dejan adivinar, imaginar, lo que la niña se
cubre. Perfecta cadeneta de pubis, todos iguales.
Cubriendo un sexo imposible de ver, nos
expone un magnífico trasero, del que unas braguitas rosas, también pálidas,
parecen resbalar. Aparecen unos pliegues, que con sus transparencias enmarcan y
remarcan, aún más si cabe, las tersas nalgas. Siguiendo con la mirada esos
pliegues, nos encontramos con la causa del desliz.
Mano fea, arrugada, deforme, vieja, que
tira de las braguitas con un gesto que resulta tan agresivo que nos revuelve
las tripas. Un culo indecoroso que nos ataca desde el mismísimo centro de la
imagen. ¿Qué hace la niña? ¿Por qué se cubre y se destapa? Esa mano vieja,
adosada a su cuerpo, ¿le pertenece? Si por lo menos pudiéramos estar seguros de
que no es así... La imagen resulta hiriente, poco menos que asquerosa. Y
entonces, mariposas.
*****
EL
ARTISTA COMO MÁRTIR DEL SIGLO XX
Pienso,
pienso y pienso. Tanto he pensado que las ideas se convirtieron en semillas.
Tanto he pensado que esas semillitas me rompieron el cráneo. Tanto que
surgieron árboles y florecieron. Tanto que, incluso, llegaron a morir. Dejé de
pensar. Las telarañas y la suciedad cubrieron mis semillitas. Mis niños.
Trabajo, trabajo y trabajo. Tanto he
trabajado que los delicados encajes de mi camisa se rompieron. Tanto he
trabajado que una de mis semillas arraigo en mi mano. Tanto que mi mano llegó a
tener ideas propias. Tanto que los cardos me servían de plumilla. Tanto que me
auto-condecoré. Dejé de trabajar. La mano yace muerta, tapando su último
trabajo. Quizá un papel en blanco.
Miro, miro y miro. Tanto he mirado que
los personajes a los que miré me persiguen. Tanto he mirado que toda esa gente
me acompaña constantemente. Tanto que, ni siquiera muertos, son capaces de
encontrar su camino. Tanto, que cloné mis ojos en un embudo, para poder seguir
mirando, para poder seguir recogiendo. Dejé de mirar. Ahora sólo veo. Te veo a
ti.
Eso hace un artista. Piensa trabaja y
mira. Piensa trabaja y mira. Deja de hacerlo y se convierte en mártir. En
recuerdo muerto, subido a un pedestal. Pero el artista sabe que es mentira.
Como todo lo que hizo. Por eso dejó de pensar. Por eso dejó de trabajar. Por
eso dejó de mirar.
*****
SODOMA
Y GOMORRA
Ciudades
creadoras de monstruos. Monstruos enmascarados con máscaras de monstruos. Acaba
por ser tan obvio... estas máscaras no tapan, no disfrazan. No engañan a nadie.
¿Llevas una máscara cubriendo tu nuca?
No, soy Jano. Eso que parece una máscara, es mi cara, una de mis caras: es la
que mira al pasado. Le he puesto una máscara, precisamente, para que no pueda
ver. Para borrar el pasado, que ya está bien de tanto arrepentimiento. Llevaba
la velita para iluminarme, para mirar hacia el futuro. Ya veis cuánto me
importa el futuro... Me deshice de la lucecita, para no ver. ¿Dónde habrá ido a
parar?
Y tú, ¿qué? ¿De elefante? ¡Qué nariz tan
grande tienes! Es para olerte mejor... En ese caso, toma, una burbujita de
perfume.
De mi perfume. ¿No ves cómo me envuelve?
¿A qué es bonito? Ayuda, como el resto, a cubrirme. Aunque sólo un poquito...
Para lo que realmente quiero esconder, ya me busco otras opciones. Pero no
sabes si escondo o no. Taparme los pechos con unos pechos de pezones obscenos,
¿eso es esconder? Puede ser disfrazar... Claro, tú no lo sabes, sólo el que
lleva la máscara sabe si está escondiendo, o no. Si está disfrazando o no. O
quizá disfrazo disfraces, con máscaras absurdamente similares. Por si acaso,
por si se me cae la careta.
Vienen más, como un ejército. Todos uniformados,
todos igualitos. Toreros cornudos acompañando al toro. Y mira, ahí está la
lucecita. ¿Hacia dónde les guiará? ¿Quizá a través del desierto?
Otra gotita de perfume, para que les
ayude a encontrar el camino. Un camino a través de la oscuridad, un camino a
través del desierto, un camino hacia el mar. Un largo camino.
Menos mal que al final podremos
descansar. ¿Podremos? Resultaría tan acogedor como el regazo de una madre si no
fuera porque está muerta.
*****
DESPUÉS
DEL PECADO
Pareja
comerciando, ¿con qué? Violento morado. Tanto, que casi llega a esconder lo que
no es morado. Y en esos márgenes encontraremos entonces lo que ahí tiene que
estar: lo marginal. Eso marginal que quiere serlo, que se esconde a propósito.
Porque, claro, es cierto, pecamos, está mal, nos avergonzamos, nos
escondemos... es el orden lógico, ¿no?
¿Quién es ese señor que se esconde
debajo de una mesa para fumar? Para fumar, suponemos, después de haber pecado.
Imaginad qué pecado puede haber cometido... Adán se fuma el cigarrito de
después, mientras que la pobre Eva se exhibe impúdica. Eso sí, esconde la
manzana, aunque de una manera tan inocente que se nos muestra a los
espectadores de manera casi más impúdica que la propia Eva. Una manzana
mordisqueada que Eva trata de apartar, mientras que la esconde, de esa
serpientita malévola que, a sus pies, adornada con un precioso lazo rojo, como
toda buena mascota que se precie, mira a su dueña y señora con ojos golositos.
Sigamos los márgenes: el nene rojo. O
angelito cubierto de sangre, que vaya usted a saber. Aunque para ser ángel,
igual un poco raro sí que es. Esa manaza, suspendida en el aire, justito antes
de darle una palmadita en las nalgas a la señora. Aunque la señora, corta no se
queda: la mano que no esconde la manzana está ocupadita. Así entenderemos esos
testículos extrañamente grandes que le asoman al nene-angelito. ¡Y qué
descarado! ¡Cómo mira!
Y ya no de los márgenes, sino de mucho
más lejos, de fuera, entra una extraña cañería, ni blanda ni dura, pariendo
burbujitas verdes, tan verdes como la manzana, tan verdes como la serpiente.
¿Perlas de la sabiduría? ¿Futuros pecadores? ¿Irán a formar parte de esos
informes montones del fondo, esperando a pudrirse?
De una de ellas parece salir un
pajarito, espantado. No me extraña que huya, viendo a su pobrecito congénere,
despeluchado, viejo y triste, cualquiera huiría. Todos parecen estar
necesitando plumas: el nene para sus alas de disfraz angelical, la señora Eva para
adornar su voluptuosa pamela. Y venga a poner huevos, enoooooormes... Hasta la
flor, pajarito desvirtuado, le mira con avaricia, quizá fantaseando con la idea
de poder huir también, antes de que la ponzoña del pecado se la lleve.
Eso sí, por lo menos tiene un cajón con
bolitas de colores... blanco, rojo, negro...