UNA
TERRIBLE ENFERMEDAD: ENVIDIOSIS AGUDA (Relato)
Dulce
Victoria Pérez Rumoroso
Escritora
Había
una vez una señora muy extraña. Llevaba muchos años viviendo sola y nunca salía
de casa. No le gustaban las personas y nunca quiso tener amigos. Y aunque parezca
increíble, detestaba a los niños.
Nunca quería salir porque sabía que
sus vecinos le saludarían educadamente y ella no los soportaba. De hecho, hacía
la compra a distancia y mandaba que se la llevasen a casa, así no
tendría que ver a nadie en el supermercado. Cuando el repartidor llegaba, la
mujer abría la puerta lo estrictamente necesario. Lo miraba con el ceño
fruncido y le daba su dinero bien contado, sin que sobrase ni un mísero
céntimo.
La gente que la conocía, decía que
era una mujer muy extraña. Pues las pocas veces que la veían siempre tenía
un gesto de enfado. Vivía amargada, y eso era muy triste.
¿Por qué esa señora era tan rara? Se
preguntaban los niños y niñas cada vez que la veían...
Nadie conocía la respuesta.
Pero la mujer tenía un problema
que no sabía la
gente: veía en blanco y negro. Lo normal es que las personas vean a todo color,
pero ella no. Cuando la señora miraba a su alrededor, era como si estuviese
dentro de una película antigua. Era muy triste que no pudiera disfrutar de la
alegría de los colores, pero así era...
Recordaba que cuando era pequeña sí
podía ver en color pero, no sabía en qué momento, su visión fue
apagándose hasta perder todo el color de la vida. Ya
no podía distinguir entre un jersey rojo y uno verde, ni el color de
sus pantalones, ni siquiera el de la comida. No sabía si comía paella o arroz
blanco... Si bebía vino tinto o blanco, si el semáforo estaba en verde o en
rojo, ni si su pelo estaba castaño o cubierto de canas... Y todo así...
Prácticamente se había acostumbrado
a ver en blanco y negro pero, en los últimos días, parecía que estaba
empeorando. Su visión se estaba transformando en negro. Nada más abrir los ojos
parecía que estaba sumida en plena oscuridad, como si no los hubiera abierto. Apenas apreciaba
los objetos. Lo veía casi todo de color negro, así que decidió que debería ir
al médico. Odiaba salir de casa, pero esta vez tenía
que hacerlo. Se estaba preocupando.
Al salir, los vecinos la
miraron. Viendo que tropezaba, pues apenas tenía visión, intentaron
ayudarla, pero los miró con desprecio y ellos se alejaron. Los niños tenían
miedo cuando pasaban cerca de ella y corrían a esconderse tras sus padres.
Sin cambiar su gesto de enfado, la
mujer continuó caminando hasta llegar a la consulta del médico.
Se sentó en la sala de espera unos
minutos y enseguida la hicieron pasar.
-Buenos
días, cuénteme, ¿qué le ocurre? -dijo sonriente el médico.
La mujer lo miró desganada: no entendía por qué tenía que sonreírle si no la
conocía de nada. Le explicó con detalle su problema de visión y el doctor
comenzó a examinarla.
El médico estuvo un buen rato
haciéndole distintas pruebas y escribiendo un largo informe. Su sonrisa se
había desvanecido.
-Siéntese
aquí señora -dijo muy serio el facultativo-. Lamento decirle que
usted tiene una enfermedad muy grave que afecta a buena parte de la población.
Debo reconocerle que es
bastante difícil curarse pero, con esfuerzo por su parte, le
garantizo que puede conseguirlo. Debe ser muy perseverante
y hacer de manera rigurosa todo lo que yo le mande. ¿Está usted de
acuerdo?
La señora estaba muy asustada,
realmente no quería perder la vista puesto que, sin ella, ya nada le
quedaría. Si solo viese en color negro, su vida sería aún más triste, siempre
sola y sumida en la oscuridad más profunda. Así que asintió al
doctor: estaba dispuesta a hacer todo lo que le mandase.
-Como le
dije su enfermedad es muy común y por ello tiene tratamiento. Usted padece de
ENVISIOSIS AGUDA. Este mal, no solo afecta a la vista, sino también al corazón.
De pronto la señora miró al doctor
muy alarmada:
-¿También
padezco del corazón?
-Sí,
pero no se asuste, es normal, está todo relacionado. Usted tiene una gran
barrera negra que rodea y envuelve su corazón. Es tan tupida, que ya le afecta hasta
a la vista y ya no le permite ver los colores alegres y brillantes de la vida,
la luz, la felicidad...
Todos los síntomas apuntan a ello.
Es una enfermedad de las más graves. Por ello debo recetarle lo siguiente:
1-Cada
seis horas debe tomar un comprimido de "alegrinina" lo que le permitirá alegrarse del bien de los
demás en lugar de sufrir cuando a uno de sus conocidos le salgan bien las
cosas.
2-Cada
ocho horas, debe tomar tres gotas de "solidaritina",
de esta manera usted ayudará a toda aquella persona que lo necesite, sin
importarle nada más que hacer el bien por ayudar a los demás.
Verá cómo cuando lleve unos días de tratamiento, se encontrará mucho
mejor consigo misma. Es muy gratificante.
3-Con
cada comida, debe tomar una pastilla de "amabilina" que le ayudará a ser amable con las demás personas.
Ya verá qué bien sienta esto, porque observará que los demás también
son más amables con usted.
4-Antes
de acostarse debe tomar medio comprimido de "respectofeno": esto le ayudará a respetar a los demás, ya
sean niños, mayores, animales, naturaleza...
5-Una
vez al día debe tomar una cucharada de jarabe "buenaeducación". Es muy importante que no se le
olvide: de hecho, se recomienda este jarabe a muchas personas aunque no
estén enfermas, pues siempre viene bien.
Además de todo esto, debe hacer unos
ejercicios. Son muy sencillos pero requieren mucha práctica. Cada hora, debe
ponerse frente al espejo y sonreír diez veces. Puede que tras el primer día
tenga agujetas, pues no está acostumbrada a hacerlo, pero ya
verá cómo con la práctica le sale solo. Además, verá que los demás
también le sonreirán, y eso será maravilloso.
Con todo esto, le
aseguro que, si lo cumple a rajatabla, se curará, si no, seguirá sumida en la más profunda
oscuridad de por vida. La volveré a ver en quince días.
Y así la señora volvió para su casa
con una bolsa llena de medicamentos y dispuesta a que su vida cambiase, por su
propio bien y el de su vista.
Pasados los quince días, la puerta
de su casa se abrió lentamente: era el día de la revisión. Los niños que
pasaban cerca, corrieron hacia sus padres temerosos. La gente miraba inquieta
esperando ver salir a la misma gruñona de siempre. Pero de pronto, algo
muy extraño se escuchó. Era un sonido que nadie había oído hasta el momento, procedía
de dentro de la casa. Era como si... No podía ser... era una melodía, ¡la
señora estaba cantando! Y no solo eso, ¡salió de su casa bailando y dando
brincos!
-¡Buenos
días vecino!, ¡buenos días, vecina, que pase usted un excelente día!
-decía la mujer a toda persona que se le cruzaba.
Los vecinos estaban totalmente
boquiabiertos, nadie podía creer lo que estaba viendo. De pronto, la
mujer vio un carricoche. Se acercó corriendo a él. Los papás de la criatura se
pusieron nerviosos, estaban temerosos. Todo el mundo se quedó paralizado, en
silencio. La mujer miro al bebé e introdujo la mano en el bolso. Algo iba a
sacar. La gente se echaba las manos a la cabeza. De repente la señora sacó de
su bolso un caramelo de envoltorio colorido y brillante y se
lo ofreció al pequeño. La gente seguía sin creerlo. La mujer, volvió
a meter la mano en su bolso y sacó un puñado de caramelos
que arrojó al aire. De pronto los niños corrieron junto a ella para
poder atraparlos. La mujer aplaudía y los niños reían.
Nadie se podía creer lo que estaba
ocurriendo. Donde siempre habían visto a una señora amarga y antipática, ahora
veían a la persona más alegre y dulce del mundo.
Nada más entrar en la consulta, al
doctor no le hizo falta hacerle más pruebas, pues sabía que la mujer se había
curado. Podía ver su sonrisa, la alegría de su mirada... Era otra persona.
Desde aquel momento, la vida de la mujer cambió para siempre. Su vista había
vuelto a la normalidad y por fin veía todo en color, pero lo más importante es
que su corazón estaba libre de envidias y malos deseos hacia los demás y se
había llenado de cariño y amor.
La mujer estaba verdaderamente
curada.