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ANÁLISIS DE JAIME PLAZA VAL

jueves, 27 de abril de 2017

EL RELOJERO
JAIME PLAZA VAL

El objeto de mi trabajo consistía en hacer feliz a mucha gente. De mi dependía que muchos negocios prosperasen y de que no se detuviese el tiempo en aquella podrida sociedad. Casi todos los acuerdos importantes pasaban por mis manos y las decisiones relevantes de muchas operaciones pasaban cerca de mis atentos oídos a modo de confesión. El 90 por ciento de mi clientela era fija, y tenía los horarios establecidos y mi recompensa, más que los emolumentos de mi exigua tarifa consistía en acariciar con mis manos complementos de gente influyente y poderosa. Al llegar la fecha de mi retiro en virtud de una novedosa ordenanza municipal tuve pánico de que los cimientos de la sociedad se desmoronasen y con ellos se detuviera el tiempo.
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LA DANZA DE LAS MARIPOSAS

Todos sabían de la voracidad sexual de Contreras. Ya en sus mocedades no se esforzaba por esconder su ímpetu y nadie ganaba en osadía a la hora de profanar la lencería que colgaba de las cuerdas de tender de las viviendas adyacentes a su urbanización. No era muy ducho en aritmética mas progresaba geométricamente en sus prácticas onanistas. Cuando llegó el momento de cumplir con su deber de soldado no cubría el tiempo de ocio en la milicia con sus necesidades fisiológicas. Nunca llegó a conocer mujer, o eso es lo que dicen, pero una sola mirada, un solo gesto de una de ellas hubiera bastado para que cambiara su naturaleza.
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EL ARTISTA COMO MÁRTIR DEL SIGLO XX

Nunca volví a saber de Sebastián, pero la influencia que dejó en mi entorno fue imborrable. Acaso no fuese el más listo de la clase, tampoco el más atractivo. Era de una medianía tal que probablemente eso era lo que le hacía sobresalir del resto. Nunca llamaba la atención en exceso y sus aportaciones particulares solían pasar desapercibidas. Sus mayores éxitos se basaban en la inocuidad de sus acciones y en la insignificancia de su verbo. Años más tarde, y en virtud de unos contactos paternos accedió a una cartera muy importante del gobierno de turno. Su firma en algunos decretos supondría la ruina de muchos allegados que padecieron las consecuencias de ese pequeño y frágil gesto. Entonces, mucha gente comenzó a escucharle.
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SODOMA Y GOMORRA

La ciudad calla y se esconde. Detrás de una máscara veneciana se establece una entrega a las más profundas pasiones y una hipoteca hacia inmortales osadías.  En bambalinas, sin dejarse ver, la aristocracia de la impudicia degusta alegres cócteles cubiertos de grana y oro, mascullando en silencio estruendosas tropelías que gestionar con buen gusto y mejor humor. En un cuarto plano se sitúan los demás, los otros, aquellos que no existen, salvo en apuntes contables o en estadísticas oficiosas. Debajo de los pies del portador de la máscara, siempre dispuestos a servir y a proteger (a éste).
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DESPUÉS DEL PECADO


Al salir de la Iglesia siempre nos asolaban esas pequeñas dudas que nos planteaban los mayores y sobre todo Enrico, el párroco de la diócesis, que entre homilía y homilía siempre tenía tiempo de enseñar a los púberes nuevas experiencias y conocimientos, amparándose en la rígida flexibilidad que proporcionaba su conocimiento en todo lo relativo a la fe. Y sobre todo su incuestionable autoridad que evitaba cualquier atisbo de crítica hacia los nuevos aprendizajes. Sólo tuvimos la certeza de que se había equivocado en cosas importantes cuando una mañana, entre un gran revuelo en el pueblo,  se lo llevaron esposado en un vehículo de la Gendarmería.  Huelga decir que todavía años después de ese suceso en el pueblo siguieron primando los rigores morales que predicaba, así como algunas de sus crueles excepciones. Su proyecto educativo había sido un éxito.

 
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