EL
RELOJERO
JAIME
PLAZA VAL
El
objeto de mi trabajo consistía en hacer feliz a mucha gente. De mi dependía que
muchos negocios prosperasen y de que no se detuviese el tiempo en aquella
podrida sociedad. Casi todos los acuerdos importantes pasaban por mis manos y
las decisiones relevantes de muchas operaciones pasaban cerca de mis atentos
oídos a modo de confesión. El 90 por ciento de mi clientela era fija, y tenía
los horarios establecidos y mi recompensa, más que los emolumentos de mi exigua
tarifa consistía en acariciar con mis manos complementos de gente influyente y
poderosa. Al llegar la fecha de mi retiro en virtud de una novedosa ordenanza
municipal tuve pánico de que los cimientos de la sociedad se desmoronasen y con
ellos se detuviera el tiempo.
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LA
DANZA DE LAS MARIPOSAS
Todos
sabían de la voracidad sexual de Contreras. Ya en sus mocedades no se esforzaba
por esconder su ímpetu y nadie ganaba en osadía a la hora de profanar la
lencería que colgaba de las cuerdas de tender de las viviendas adyacentes a su
urbanización. No era muy ducho en aritmética mas progresaba geométricamente en
sus prácticas onanistas. Cuando llegó el momento de cumplir con su deber de
soldado no cubría el tiempo de ocio en la milicia con sus necesidades
fisiológicas. Nunca llegó a conocer mujer, o eso es lo que dicen, pero una sola
mirada, un solo gesto de una de ellas hubiera bastado para que cambiara su
naturaleza.
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EL
ARTISTA COMO MÁRTIR DEL SIGLO XX
Nunca
volví a saber de Sebastián, pero la influencia que dejó en mi entorno fue
imborrable. Acaso no fuese el más listo de la clase, tampoco el más atractivo.
Era de una medianía tal que probablemente eso era lo que le hacía sobresalir
del resto. Nunca llamaba la atención en exceso y sus aportaciones particulares
solían pasar desapercibidas. Sus mayores éxitos se basaban en la inocuidad de
sus acciones y en la insignificancia de su verbo. Años más tarde, y en virtud
de unos contactos paternos accedió a una cartera muy importante del gobierno de
turno. Su firma en algunos decretos supondría la ruina de muchos allegados que
padecieron las consecuencias de ese pequeño y frágil gesto. Entonces, mucha
gente comenzó a escucharle.
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SODOMA
Y GOMORRA
La
ciudad calla y se esconde. Detrás de una máscara veneciana se establece una
entrega a las más profundas pasiones y una hipoteca hacia inmortales
osadías. En bambalinas, sin dejarse ver,
la aristocracia de la impudicia degusta alegres cócteles cubiertos de grana y
oro, mascullando en silencio estruendosas tropelías que gestionar con buen
gusto y mejor humor. En un cuarto plano se sitúan los demás, los otros,
aquellos que no existen, salvo en apuntes contables o en estadísticas
oficiosas. Debajo de los pies del portador de la máscara, siempre dispuestos a
servir y a proteger (a éste).
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DESPUÉS
DEL PECADO
Al
salir de la Iglesia siempre nos asolaban esas pequeñas dudas que nos planteaban
los mayores y sobre todo Enrico, el párroco de la diócesis, que entre homilía y
homilía siempre tenía tiempo de enseñar a los púberes nuevas experiencias y
conocimientos, amparándose en la rígida flexibilidad que proporcionaba su
conocimiento en todo lo relativo a la fe. Y sobre todo su incuestionable
autoridad que evitaba cualquier atisbo de crítica hacia los nuevos
aprendizajes. Sólo tuvimos la certeza de que se había equivocado en cosas
importantes cuando una mañana, entre un gran revuelo en el pueblo, se lo llevaron esposado en un vehículo de la
Gendarmería. Huelga decir que todavía
años después de ese suceso en el pueblo siguieron primando los rigores morales
que predicaba, así como algunas de sus crueles excepciones. Su proyecto
educativo había sido un éxito.