Manuel
Moraleda Pérez
Fotógrafo
(www.manuelmoraleda.com)
La
relación entre literatura y fotografía siempre me ha fascinado, no sólo por la
idea de la hermandad de las artes, de la cual se nutre, y que es uno de los
motores de la propia evolución del arte, sino también por las posibilidades que
esta unión ofrece. A simple vista es fácil caer en la tentación de pensar que
cuando unas fotografías acompañan una obra literaria éstas sirven únicamente de
referente, o bien son utilizadas para plasmar la exactitud de la que carecen
las palabras. Pero nada más lejos de la realidad, la imagen en contacto con las
palabras abre nuevas ventanas a las que asomarse. De este modo las fotografías
del argentino Héctor Zampaglione referente a la obra cumbre de Cortázar (“El
París de Rayuela: Homenaje a Cortázar”), o las imágenes neoyorquinas, en clave
Lorca, que hizo el leonés José Antonio Robés (“Poeta en Nueva York -cita en
Manhattan-”), son tan sólo una pequeña muestra de lo que antes comentaba. En
este sentido, y mucho más ambicioso desde un punto de vista editorial,
encontramos la mítica colección “Palabra e imagen” de la Editorial Lumen, que
trata de establecer un diálogo entre los escritores y los fotógrafos. Dicha
colección fue creada por los hermanos Óscar y Esther Tusquets, compuesta por
veinte títulos con una cuidadísima edición, el primero del año 1961 y el último
de 1985, cuyo testigo ha recogido hoy en día la Editorial La Fábrica. En este
contexto en junio de 2013 autoedité mi libro “El tiempo todo locura”, un
compendio de 19 relatos breves acompañados de varias fotografías en blanco y
negro, cuyas protagonistas se buscan a sí mismas, cada una a su manera, y según
sus propias posibilidades.
A
continuación acompaño al presente artículo una de estas historias, titulada
“Viaje”.
Nahia
no persigue ningún otro sueño más que conocerse. Le estimula cada nueva ocasión
a la que se enfrenta, como un regalo de la vida, porque detrás de cada
aproximación hacia sí misma halla siempre un reto distinto, una perspectiva
diferente desde la que mirarse, una nueva motivación. De ahí que vea en el
viaje el modo más inmediato de descubrirse en cada lugar que visita, en cada
persona con la que comparte un tiempo y una esperanza. Abre los ojos a la
realidad como si la estuviera describiendo, como queriendo hacerla suya. Viaja
sola. Cada nuevo país es una respuesta a una pregunta. El mar la obsesiona, el
desierto la hace enmudecer, una ciudad la interroga, un pueblo la llena de
humanidad. Entre tanto, su corazón se va poblando de nombres, fechas,
emociones, instantes. Nahia asume la frase «Hoy es siempre todavía» como su
propio anhelo. Nunca ha temido alejarse de su destino, ni mucho menos
extraviarse, tampoco le incomoda la soledad, pues sabe perfectamente que si en
algún momento está perdida no tiene que seguir caminando, sino esperar a que al
final alguien la encuentre.