Daniel Torres
Catedrático de Literatura en la Universidad de Ohio,
escritor y crítico literario
“Islandia es el sonido que nos recuerda
que a pesar de la recurrencia de pérdidas, no hemos agotado a las personas, a
los días y a los objetos que aún nos harán bailar con los ojos cerrados”.
Jorge Posada Ortega
En esta entrega quiero comentar el poemario Islandia (Editorial EDP University) de
la novísima poeta puertorriqueña Cindy Jiménez-Vera, directora de la Editorial
Aguadulce, un proyecto editorial que ha publicado poetas tanto de la Isla como
de Argentina, Cuba, México y España. Nacida en San Sebastián del Pepino en
1978, Cindy ha sacado a la luz otros trabajos literarios como Tegucigalpa (poesía) (2013), 400 nuevos soles (poesía) (2014) En San Sebastián, su pueblo y el mío (crónica),
(2015), y El gran cheeseburger y otros
poemas con dientes (2015), libro de poemas para la niñez. Sus textos han salido en publicaciones de
México, Perú, Estados Unidos y Puerto Rico. Coeditó junto a David Caleb Acevedo
Felina: antología para gatos (2014) y
es colaboradora de la revista Ventana
de Casa de las Américas con una columna de literatura latinoamericana actual.
Además de poeta y cronista, es bibliotecóloga y profesora universitaria. Mantiene el blog Apócrifos inflables (apocrifosinflables.wordpress.com).
La
fruición literaria que convoca esta biobibliografía permea su poemario Islandia porque estamos ante una voz que
devora los textos literarios para reescribirlos en sus poemas y
recontextualizarlos. El mejor ejemplo
son los dos epígrafes que enmarcan el poemario: “Poetry is just the evidence of
life. If your life is burning/ well,
poetry is just the ash” [La poesía es solamente la evidencia de la vida. Si tu
vida se está quemando bien, la poesía es solamente la ceniza] (Leonard Cohen) y
“Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque/ empieza a nevar, sino para
que empiece a nevar” (César Vallejo).
Con estos dos polos del hecho poético, la canción de Cohen y el poema de
Vallejo, Jiménez-Vera reflexiona acerca del residuo que queda de las palabras
después de la conflagración de la poesía y el gesto materno de protección. Estas dos claves van a ser importantes para
la lectura total de Islandia porque
su poesía es evidencia de vida, como pide Cohen, y la figura protectora de la
imagen de la madre vallejiana proyecta su sombra sobre los versos de Cindy Jiménez-Vera
como veremos más adelante. No debemos olvidar la dedicatoria enigmática que
precede a los epígrafes: “A la memoria”.
En
abierta experimentación lúdica la página que sigue indica: “Esta página en
blanco no tiene líneas porque es mejor que este oso polar –que cazaba, se
reproducía/y dormía- esté enterrado bajo una tormenta de nieve, antes que verlo
encarcelado”. La dirección de estos dos
versos que sirven de instrucciones para leer el libro están escritos
verticalmente en el margen izquierdo de la página como una procovación a sentir
el dolor de la ausencia. El frío y la
nieve de Islandia son ajenos a una isla del Caribe como Puerto Rico, pero
también cercanos en su calidad de isla a la deriva. Ese oso polar enterrado y sepultado bajo una
tormenta de nieve prefigura el dolor de la muerte de la madre que va a tomar
diversas formas a lo largo de este poemario elegíaco: “Cuando el frío/se te
meta en los pies/escóndete debajo de las sábanas/haz de cuenta/que el horno que
dejaste encendido/hará arder toda la casa” (“Cenizas”); “Lloré para que no se
fuera/porque llovía/Construí una barrera/entre la puerta y la lluvia./Lloré
mientras mi hermano/la sacaba y la llevaba a comprar/hojas de plátano que
podía/arrancar en el patio de su casa/ si estuviera en la isla” (“Guantes”);
“Este poema me recuerda a mi madre, porque cuando colocaron su ataúd en la
funeraria, mis hermanos y yo habíamos acordado ponerle su Biblia en las manos
durante el velatorio” (“apéndice xxvii sobre las cucarachas”).
En estos
tres ejemplos de versos, el frío, el llanto y el recuerdo llevan a la hablante
lírica a reflexionar sobre la muerte de su madre y el impacto que este hecho
provoca en su vida. El acto de
esconderse ante el dolor, “debajo de las sábanas”, en “Cenizas”, se construye
como una barrera en “Guantes” y desemboca en el acto de poner una Biblia sobre
las manos del cadáver de la madre en “apéndice”, poema en prosa. Y así, a lo largo de Islandia muchos de los poemas nos retrotraen al momento de la
pérdida y el dolor de la memoria de ese hecho que parte en dos la vida: “así
pensamos/que el café con leche o la quimioterapia/nos calentará los dedos/
indefinidamente”. Porque cuando muere
una madre nuestro universo se bifurca y ya nunca seremos quienes antes fuimos:
“de repente nos va dando el frío” (“Falsa mejoría”). Entre el café con leche
caribeño, la mención casual del tratamiento por quimioterapia y otra vez el
frío, Jiménez-Vera nos recuerda que todos estos detalles, aparentemente
inconexos, nos devuelven al dolor de la memoria que permea todo Islandia.
Hay otros
poemas que en contrapunto literario abandonan este paradigma del dolor, pero no
como una distracción sino como parte de esa memoria. Podemos destacar un poema metaliterario sobre
el teórico de la lírica, Harold Bloom: “No dudo que el cielo entre líneas/es
una invitación a escribir poemas/buenos, malos y terribles” (“Dice Harold Bloom
que los poemas malos son sinceros y que las malas lecturas de los buenos poemas
hacen que el poeta encuentre su voz”).
Parecería que Cindy Jiménez-Vera se estuviera curando en salud, por si
las moscas, y le estuviera explicando al teórico que ella tiene derecho a
escribir de un dolor tan primigenio como el de la pérdida de la madre y hacer
de ello un acto poético. Otro ejemplo
contrapuntístico sería el poema “Archipiélago” que en una manera caligramática
desperdiga por la página palabras como islas en el mar de la página:
“tú/yo/ella/nosotras/ellas/nosotros/ustedes/él/ellos”. Todos los pronombres
configuran el nosotros/nosotras que somos los lectorxs como habitantes de ese
archipiélago o grupo de islas de la Poesía.
Son
muchos los hilos de lectura que se tienden y sugiere Islandia (2016) de Cindy Jiménez-Vera como un excelente ejemplo de
los escritores novísimos de este siglo XXI en Puerto Rico “a pesar de la
recurrencia de las pérdidas”, como expresa en el epígrafe de esta reseña el
poeta mexicano Jorge Posada Ortega.
*
Agradezco
a Magdalena Baltasar, editora de Art Azay
Magazine, la oportunidad que me ha dado estos meses de publicar reseñas
sobre autores de la literatura puertorriqueña (Luis Negrón y Ángel Antonio Ruiz
Laboy) para el público español. En esta
revista, también he reseñado dos poemarios del poeta castellano de la imagen,
Guillermo Arróniz López.