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JOSÉ LUIS PÉREZ FUENTE: "INSOMNIO POÉTICO II"

jueves, 19 de enero de 2017

INSOMNIO POÉTICO (II)

José Luis Pérez Fuente
Escritor, profesor y crítico literario

En el artículo anterior vimos cómo los literatos del Romanticismo comenzaron a reflexionar sobre el insomnio, comentando sus experiencias y expresando sus sentimientos, los delirios y sufrimientos por la incapacidad para conciliar el sueño. 
            Gertrudis Gómez de Avellaneda nos hablaba de espíritus traviesos que habitan la noche de la razón y que trastornan el espíritu. Su coetáneo, Gabriel García y Tassara presentaba la noche en vela como una senda tortuosa que puede hacer desear la muerte. Gustavo Adolfo Bécquer, con un tono subjetivo y lleno de fuerza vital, nos contaba, como destinatarios de sus cartas, el proceso físico y mental del insomnio y las consecuencias sobre la creación literaria.
            Luego, asistimos al intenso pesimismo que destilaban los textos de J.L. Borges, incapaz de superar el desamparo que produce en él ese estado parecido a la fiebre.
            Llegamos después, por fin, a uno de los insomnios más populares en la literatura castellana, el de Dámaso Alonso. El poema se convertía en una evidencia de la vida anónima de las ciudades y en el reproche a un Dios alejado de la realidad.
            Para terminar el artículo, se mencionaba a Rubén Darío, con sus tres poemas titulados “Nocturno”, donde dejaba ver las dudas y los miedos de la noche y sus consiguientes terrores.
            Voy a dejar la angustia y los recelos de la agripnia para otra ocasión –tiempo habrá de examinar los poemas de Carlos Sahagún, Jaime Sabines, Ariadna G. García... y de otros atormentados autores incapacitados para el sueño regularizado–. Y me centraré en un tipo de insomnio muy característico: el producido por aquellos sentimientos que unen a dos personas con incontrolable pasión (el amor) o que las separa con una fuerza inversamente proporcional (el desamor).
            Comienzo citando a María Guivernau, una poeta que, en su obra más de cien pasos de baile, desvela muchos de los secretos que acompañan a una pareja de enamorados y, sobre todo, de los problemas que sobrevienen cuando el amor ha huido. Pero no es este el caso; en el siguiente texto, la pasión supera con creces los problemas físicos que puedan acarrear las horas de vigilia y el amor aflora por doquier:

Te cruzaste en uno de mis viajes de vuelta,
en el más difícil todavía,
con ojeras de insomnio
y los tacones en la mano.
Me dijiste bella
y te regalé la primera
de una colección de sonrisas
que te has empeñado en hacer
de mi boca. (1)

            Esta misma euforia apasionada embarga los versos de Gloria Fuertes en este poema:

ALGO SUCEDE

Algo me pasa que en mi pecho existe.
Vuelan hormigas y discurren peces.
Suena la sangre y el tambor convoca.
Hay un incendio cerca de mi pulso.
De nuevo el tigre lanza su mensaje.
Tiene mi cama sed de otra figura.
Vuelven las venas a cantar presagios.
Torna el insomnio con sus mil disfraces.
Lavo mis manos para hacerlas suyas,
peino el cabello, río a las vecinas.
Y cuanto miro se convierte en agua.
¡Esto es amor y lo demás miseria! (2)

            Todos los fenómenos incendiarios que padece el yo poético de Gloria Fuertes alrededor del amor, tanto físicos como espirituales, provocan la inevitable vigilia nocturna: Torna el insomnio con sus mil disfraces. Pero no parece afectarle lo más mínimo: ¡Esto es amor y lo demás miseria! Salvando las distancias espacio-temporales, podríamos decir que se trata de una versión laica de las palabras de Pablo de Tarso en su Carta a los Corintios: El amor [...] todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. (3)

            La poeta del madrileño barrio de Lavapiés tiene otros versos dedicados exclusivamente al “duro” trasnochar. Son estos:

INSOMNIO

Con hambre de pan
se puede dormir,
lo digo por ti.
Con hambre de la otra
no se puede dormir,
lo digo por mí.

            El doble sentido de la palabra hambre es un magnífico recurso semántico para introducir la anfibología que puede generar hambre de la otra. Pero no hay ambigüedad posible, y menos en Gloria Fuertes.
            Con una retórica más directa, sin insinuaciones, sin contemplaciones, Jaime Sabines nos confiesa sus cuitas de amor y de ausencia, los recuerdos de la mujer amada. Con hambre de la otra, como le sucedía a Gloria Fuertes, el poeta nos transmite la imagen del insomnio a través de un elemento recurrente en algunos de sus poemas: tabaco del insomnio:

Aquí, no hay mujer. Me falta.
Mi corazón desde hace días quiere hincarse
bajo alguna caricia, una palabra.
Es áspera la noche. Contra muros, la sombra
lenta como los muertos, se arrastra.
Esa mujer y yo estuvimos pegados con agua.
Su piel sobre mis huesos
y mis ojos dentro de su mirada.
Nos hemos muerto muchas veces
al pie del alba.
[…]
Yo la quiero hasta el fondo de todos los abismos,
hasta el último vuelo de la última ala,
cuando la carne toda no sea carne, ni el alma
sea alma.
Es precioso querer. Yo ya lo sé. La quiero.
¡Es tan dura, tan tibia, tan clara!
Esta noche me falta.
[…]
Desamparada sangre, noche blanda,
tabaco del insomnio, triste cama.

Yo me voy a otra parte.
Y me llevo mi mano, que tanto escribe y habla.  (4)

            Volveré a citar a Sabines, uno de los vates del insomnio, en otro momento. Ahora quiero presentar un poema de Ángela Figuera Aymerich, esa poeta de la maternidad que irá asumiendo, según evoluciona su obra, posturas de compromiso social y de defensa de la mujer. En 1950 publica su libro Vencida por un ángel, en el que aparece el poema "Bombardeo". La voz lírica nos sitúa en la Guerra Civil Española, donde las bombas son una tremenda sinfonía y el frente en erupción y los caballos / del miedo galopando en explosivos nos recuerdan el trágico Guernica de Picasso. Pero la forzada vigilia bélica también está bañada en tintes de esperanza y, sobre todo, de amor: Aquellas noches del pavor sin luces, / apelmazadas de odios y de ruinas, / yo te esperaba. Me llegaste a veces. Afortunadamente, y a pesar del horror circundante, la poeta puede confesar el triunfo del amor: ¡Con qué exaltada fuerza, con qué prisa, / con qué vibrar de nervios y raíces / nos quisimos entonces! He aquí un fragmento del poema:

Noches de sueño incierto, triturado
por la tremenda sinfonía
del frente en erupción y los caballos
del miedo galopando en explosivos.

Y la sangre con hambre que se exprime
hasta la última esencia
para nutrir al hijo sazonándose.

Y la desnuda soledad del cuerpo,
desorientado, desgajado en vivo
del cuerpo del amante.

Aquellas noches del pavor sin luces,
apelmazadas de odios y de ruinas,
yo te esperaba. Me llegaste a veces.
Del último bisel de la tragedia,
del borde mismo de la hirviente sima
venías hasta mí. Me contemplabas
con unos ojos llenos de agua sucia
donde asomaban rostros de cadáveres.
Ojos que procuraban ser risueños
y mansos al pasar por mi figura
y acariciar con luces de esperanza
la curva de mi vientre.

¡Con qué exaltada fuerza, con qué prisa,
con qué vibrar de nervios y raíces
nos quisimos entonces! (5)
           
            Por encima del insomnio físico que puede provocar el amor, como en el caso de Gloria Fuertes y Jaime Sabines, se encuentra el amor insomne, idealizado, de García Lorca. Se trata de una sublimación del amor-desamor o amor-muerte (luz-oscuridad) que supera a los amantes para convertirlos en figuras que divagan en la noche, una noche mística que a Verónica Leuci (6) le recuerda la "Noche oscura" de Juan de la Cruz: En la noche dichosa / en secreto, que nadie me veía, / ni yo miraba cosa, / sin otra luz y guía, / sino la que en el corazón ardía. A pesar de las referencias espaciales (balcón, cama) y temporales (noche, aurora, sol), el amor que trasciende en este soneto de Lorca parece haberse detenido en el tiempo, anclado en un espacio indeterminado. Podría decirse que se trata de un amor espiritual y, el insomnio, una característica inherente de dicho amor contemplativo.

NOCHE DEL AMOR INSOMNE

Noche arriba los dos con luna llena,
yo me puse a llorar y tú reías.
Tu desdén era un dios, las quejas mías
momentos y palomas en cadena.

Noche abajo los dos. Cristal de pena,
llorabas tú por hondas lejanías.
Mi dolor era un grupo de agonías
sobre tu débil corazón de arena.



La aurora nos unió sobre la cama,
las bocas puestas sobre el chorro helado
de una sangre sin fin que se derrama.

Y el sol entró por el balcón cerrado
y el coral de la vida abrió su rama
sobre mi corazón amortajado. (7)



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