INSOMNIO
POÉTICO (II)
José
Luis Pérez Fuente
Escritor,
profesor y crítico literario
En el artículo anterior vimos cómo los literatos del
Romanticismo comenzaron a reflexionar sobre el insomnio, comentando sus
experiencias y expresando sus sentimientos, los delirios y sufrimientos por la
incapacidad para conciliar el sueño.
Gertrudis Gómez
de Avellaneda nos hablaba de espíritus traviesos que habitan la noche de la
razón y que trastornan el espíritu. Su coetáneo, Gabriel García y Tassara
presentaba la noche en vela como una senda tortuosa que puede hacer desear la
muerte. Gustavo Adolfo Bécquer, con un tono subjetivo y lleno de fuerza vital,
nos contaba, como destinatarios de sus cartas, el proceso físico y mental del
insomnio y las consecuencias sobre la creación literaria.
Luego,
asistimos al intenso pesimismo que destilaban los textos de J.L. Borges,
incapaz de superar el desamparo que produce en él ese estado parecido a la fiebre.
Llegamos
después, por fin, a uno de los insomnios más populares en la literatura
castellana, el de Dámaso Alonso. El poema se convertía en una evidencia de la
vida anónima de las ciudades y en el reproche a un Dios alejado de la realidad.
Para terminar
el artículo, se mencionaba a Rubén Darío, con sus tres poemas titulados
“Nocturno”, donde dejaba ver las dudas y los miedos de la noche y sus
consiguientes terrores.
Voy a dejar la
angustia y los recelos de la agripnia para otra ocasión –tiempo habrá de
examinar los poemas de Carlos Sahagún, Jaime Sabines, Ariadna G. García... y de
otros atormentados autores incapacitados para el sueño regularizado–. Y me centraré
en un tipo de insomnio muy característico: el producido por aquellos
sentimientos que unen a dos personas con incontrolable pasión (el amor) o que
las separa con una fuerza inversamente proporcional (el desamor).
Comienzo
citando a María Guivernau, una poeta que, en su obra más de cien pasos de baile, desvela muchos de los secretos que acompañan a una pareja de
enamorados y, sobre todo, de los problemas que sobrevienen cuando el amor ha
huido. Pero no es este el caso; en el siguiente texto, la pasión supera con
creces los problemas físicos que puedan acarrear las horas de vigilia y el amor
aflora por doquier:
Te
cruzaste en uno de mis viajes de vuelta,
en
el más difícil todavía,
con
ojeras de insomnio
y
los tacones en la mano.
Me
dijiste bella
y
te regalé la primera
de
una colección de sonrisas
que
te has empeñado en hacer
de
mi boca. (1)
Esta
misma euforia apasionada embarga los versos de Gloria Fuertes en este poema:
ALGO
SUCEDE
Algo
me pasa que en mi pecho existe.
Vuelan
hormigas y discurren peces.
Suena
la sangre y el tambor convoca.
Hay
un incendio cerca de mi pulso.
De
nuevo el tigre lanza su mensaje.
Tiene
mi cama sed de otra figura.
Vuelven
las venas a cantar presagios.
Torna
el insomnio con sus mil disfraces.
Lavo
mis manos para hacerlas suyas,
peino
el cabello, río a las vecinas.
Y
cuanto miro se convierte en agua.
¡Esto
es amor y lo demás miseria! (2)
Todos
los fenómenos incendiarios que padece el yo poético de Gloria Fuertes alrededor
del amor, tanto físicos como espirituales, provocan la inevitable vigilia
nocturna: Torna el insomnio con sus mil
disfraces. Pero no parece afectarle lo más mínimo: ¡Esto es amor y lo demás miseria! Salvando las distancias
espacio-temporales, podríamos decir que se trata de una versión laica de las
palabras de Pablo de Tarso en su Carta a los Corintios: El amor [...] todo lo sufre,
todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. (3)
La
poeta del madrileño barrio de Lavapiés tiene otros versos dedicados
exclusivamente al “duro” trasnochar. Son estos:
INSOMNIO
Con hambre de pan
se puede dormir,
lo digo por ti.
Con hambre de la otra
no se puede dormir,
lo digo por mí.
El
doble sentido de la palabra hambre es
un magnífico recurso semántico para introducir la anfibología que puede generar
hambre de la otra. Pero no hay
ambigüedad posible, y menos en Gloria Fuertes.
Con
una retórica más directa, sin insinuaciones, sin contemplaciones, Jaime Sabines
nos confiesa sus cuitas de amor y de ausencia, los recuerdos de la mujer amada.
Con hambre de la otra, como le
sucedía a Gloria Fuertes, el poeta nos transmite la imagen del insomnio a
través de un elemento recurrente en algunos de sus poemas: tabaco del insomnio:
Aquí,
no hay mujer. Me falta.
Mi
corazón desde hace días quiere hincarse
bajo
alguna caricia, una palabra.
Es
áspera la noche. Contra muros, la sombra
lenta
como los muertos, se arrastra.
Esa
mujer y yo estuvimos pegados con agua.
Su
piel sobre mis huesos
y
mis ojos dentro de su mirada.
Nos
hemos muerto muchas veces
al
pie del alba.
[…]
Yo
la quiero hasta el fondo de todos los abismos,
hasta
el último vuelo de la última ala,
cuando
la carne toda no sea carne, ni el alma
sea
alma.
Es
precioso querer. Yo ya lo sé. La quiero.
¡Es
tan dura, tan tibia, tan clara!
Esta
noche me falta.
[…]
Desamparada
sangre, noche blanda,
tabaco
del insomnio, triste cama.
Yo
me voy a otra parte.
Y
me llevo mi mano, que tanto escribe y habla. (4)
Volveré
a citar a Sabines, uno de los vates del insomnio, en otro momento. Ahora quiero
presentar un poema de Ángela Figuera Aymerich, esa poeta de la maternidad que
irá asumiendo, según evoluciona su obra, posturas de compromiso social y de
defensa de la mujer. En 1950 publica su libro Vencida por un ángel, en el que aparece el poema
"Bombardeo". La voz lírica nos sitúa en la Guerra Civil Española,
donde las bombas son una tremenda
sinfonía y el frente en erupción y
los caballos / del miedo galopando en explosivos nos recuerdan el trágico Guernica de Picasso. Pero la forzada
vigilia bélica también está bañada en tintes de esperanza y, sobre todo, de
amor: Aquellas noches del pavor sin
luces, / apelmazadas de odios y de ruinas, / yo te esperaba. Me llegaste a
veces. Afortunadamente, y a pesar del horror circundante, la poeta puede
confesar el triunfo del amor: ¡Con qué
exaltada fuerza, con qué prisa, / con qué vibrar de nervios y raíces / nos
quisimos entonces! He aquí un fragmento del poema:
Noches
de sueño incierto, triturado
por
la tremenda sinfonía
del
frente en erupción y los caballos
del
miedo galopando en explosivos.
Y
la sangre con hambre que se exprime
hasta
la última esencia
para
nutrir al hijo sazonándose.
Y
la desnuda soledad del cuerpo,
desorientado,
desgajado en vivo
del
cuerpo del amante.
Aquellas
noches del pavor sin luces,
apelmazadas
de odios y de ruinas,
yo
te esperaba. Me llegaste a veces.
Del
último bisel de la tragedia,
del
borde mismo de la hirviente sima
venías
hasta mí. Me contemplabas
con
unos ojos llenos de agua sucia
donde
asomaban rostros de cadáveres.
Ojos
que procuraban ser risueños
y
mansos al pasar por mi figura
y
acariciar con luces de esperanza
la
curva de mi vientre.
¡Con
qué exaltada fuerza, con qué prisa,
con
qué vibrar de nervios y raíces
nos
quisimos entonces! (5)
Por
encima del insomnio físico que puede provocar el amor, como en el caso de
Gloria Fuertes y Jaime Sabines, se encuentra el amor insomne, idealizado, de García Lorca. Se trata de una
sublimación del amor-desamor o amor-muerte (luz-oscuridad) que supera a los
amantes para convertirlos en figuras que divagan en la noche, una noche mística
que a Verónica Leuci (6) le recuerda la "Noche oscura"
de Juan de la Cruz: En la noche dichosa /
en secreto, que nadie me veía, / ni yo miraba cosa, / sin otra luz y guía, /
sino la que en el corazón ardía. A pesar de las referencias espaciales
(balcón, cama) y temporales (noche, aurora, sol), el amor que trasciende en
este soneto de Lorca parece haberse detenido en el tiempo, anclado en un
espacio indeterminado. Podría decirse que se trata de un amor espiritual y, el
insomnio, una característica inherente de dicho amor contemplativo.
NOCHE DEL AMOR INSOMNE
Noche arriba los dos con luna llena,
yo me puse a llorar y tú reías.
Tu desdén era un dios, las quejas mías
momentos y palomas en cadena.
Noche abajo los dos. Cristal de pena,
llorabas tú por hondas lejanías.
Mi dolor era un grupo de agonías
sobre tu débil corazón de arena.
La aurora nos unió sobre la cama,
las bocas puestas sobre el chorro helado
de una sangre sin fin que se derrama.
Y el sol entró por el balcón cerrado
y el coral de la vida abrió su rama
sobre mi corazón amortajado. (7)
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