Raúl Galache García
Escritor, profesor y crítico literario
A mi madre
No muy lejos, vive la ciudad con sus
olas de plástico y su marea de brazos. Aquí, las primeras hojas secas se
arremolinan, aún en el aire, con el enigma de las cosas sencillas. Nadie quiere
saber que su vuelo es corto: caen demorándose, rizan el aire desordenadas y
gregarias, bandada fugaz que aún no se resigna al color mustio del polvo que
las espera con los dientes afilados. Ya es frío el olor del viento que las
arranca. Al principio, un soplido con aire de victoria. Después ya no hará
falta el esfuerzo. Caerán solas, agotadas de agarrarse, ridículas en su
esfuerzo, torpes en su humilde danza. Este baile de hojas exigiría un testigo
tan mudo y respetuoso como el mármol de las lápidas, alguien que atestiguara
que el mundo fue de ellas, hace tan solo unos meses, cuando eran invencibles y
ni el mismo sol su velo traspasaba. Pareciera que han pasado miles de vidas
desde entonces, derrotas de héroes y caídas de reinos, cuando el tiempo se
derrochaba y las ruinas eran hermosas. Cuando veían el mundo a sus pies, allá
abajo. Cuando gozaban de la admiración de todos. Ahora, en cambio, nadie ha
visto cómo la primera hoja ha tacado el suelo, se ha posado con una dignidad
desafiante. El viento acomete con sus aristas gélidas y avasalla a la segunda,
que no tarda en cumplir su ruina bamboleándose, trémula. Un aleteo escarchado
se contagia de una a otra como ondas en el agua, un estremecimiento que anuncia
una monotonía de catástrofes. Y es entonces cuando ocurre el milagro. Es solo
un instante, un instante que apenas si es un parpadeo, una brizna de tiempo, un
soplo perdido en que todo enmudece. Cesa el viento. Se apelmaza el polvo. Un
silencio solemne anuncia el vuelo final de la tercera hoja. Como las otras,
asciende levemente, riza el aire con sus pequeñas púas, se balancea temblorosa
y al fin cae lentamente, pero antes de rozar el polvo, cuando ya nada puede
salvarla, de pronto sus filamentos se tensan, su capa se arquea, sus puntas se
afilan y queda suspendida en el aire, aislada de la vida, invencible en sus
ansias de eternidad, heroica. Resiste y espera acaso una mirada que la haga
inmortal.
El viento sigue
soplando. Caen las hojas sobre la tierra. Huele a invierno. A lo lejos, suena
un murmullo metálico.
(*) El presente relato pertenece a la antología Torres sobre la arena (Mundibook,
Madrid, 2016).