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UN INSTANTE (*)

sábado, 10 de diciembre de 2016

Raúl Galache García
Escritor, profesor y crítico literario
A mi madre

No muy lejos, vive la ciudad con sus olas de plástico y su marea de brazos. Aquí, las primeras hojas secas se arremolinan, aún en el aire, con el enigma de las cosas sencillas. Nadie quiere saber que su vuelo es corto: caen demorándose, rizan el aire desordenadas y gregarias, bandada fugaz que aún no se resigna al color mustio del polvo que las espera con los dientes afilados. Ya es frío el olor del viento que las arranca. Al principio, un soplido con aire de victoria. Después ya no hará falta el esfuerzo. Caerán solas, agotadas de agarrarse, ridículas en su esfuerzo, torpes en su humilde danza. Este baile de hojas exigiría un testigo tan mudo y respetuoso como el mármol de las lápidas, alguien que atestiguara que el mundo fue de ellas, hace tan solo unos meses, cuando eran invencibles y ni el mismo sol su velo traspasaba. Pareciera que han pasado miles de vidas desde entonces, derrotas de héroes y caídas de reinos, cuando el tiempo se derrochaba y las ruinas eran hermosas. Cuando veían el mundo a sus pies, allá abajo. Cuando gozaban de la admiración de todos. Ahora, en cambio, nadie ha visto cómo la primera hoja ha tacado el suelo, se ha posado con una dignidad desafiante. El viento acomete con sus aristas gélidas y avasalla a la segunda, que no tarda en cumplir su ruina bamboleándose, trémula. Un aleteo escarchado se contagia de una a otra como ondas en el agua, un estremecimiento que anuncia una monotonía de catástrofes. Y es entonces cuando ocurre el milagro. Es solo un instante, un instante que apenas si es un parpadeo, una brizna de tiempo, un soplo perdido en que todo enmudece. Cesa el viento. Se apelmaza el polvo. Un silencio solemne anuncia el vuelo final de la tercera hoja. Como las otras, asciende levemente, riza el aire con sus pequeñas púas, se balancea temblorosa y al fin cae lentamente, pero antes de rozar el polvo, cuando ya nada puede salvarla, de pronto sus filamentos se tensan, su capa se arquea, sus puntas se afilan y queda suspendida en el aire, aislada de la vida, invencible en sus ansias de eternidad, heroica. Resiste y espera acaso una mirada que la haga inmortal. 
El viento sigue soplando. Caen las hojas sobre la tierra. Huele a invierno. A lo lejos, suena un murmullo metálico.



(*) El presente relato pertenece a la antología Torres sobre la arena (Mundibook, Madrid, 2016).
 
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