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EL INFIERNO DE LA LUCIDEZ (CRÍTICA LITERARIA)

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Acontecimiento (de Javier Moreno)
Novela. Editorial Salto de página (2015)
180 páginas

Cuando uno empieza un libro de Javier Moreno, sabe que, como en el plato del bueno cocinero, encontrará sabores reconocibles en una nueva receta. Habrá condimentos que estarán ahí, como el gusto por la comparación audaz, la conexión de ideas dispares, el trabajo poético del estilo o el peso de la reflexión, pero el resultado final será algo nuevo, distinto a lo anterior. Y es que Javier Moreno se la juega en cada obra. Apuesta alto y sin miedo.

A sus cuarenta y cuatro años, este poeta, novelista y dramaturgo, profesor de Matemáticas en Madrid, es una de las voces más personales e interesantes de su generación. Tras Alma (Lengua de trapo, 2011) y 2020 (Lengua de trapo, 2013), Acontecimiento parece completar un tríptico expresionista del mundo contemporáneo. Si así fuera, la novela que nos ocupa estaría, por su reflejo de lo individual y de lo colectivo, en el centro de la composición. Acontecimiento tiene como protagonista a un publicista de éxito. Dos “acontecimientos” disparan la acción de la narración y la reflexión del personaje: uno íntimo (su esposa le pide que se eche una amante) y otro profesional: le encargan escribir los estados de Facebook de Urdazi, un justiciero que asesta tiros en la rodilla a banqueros, ministros y demás peces gordos. Así, el lector camina como un funámbulo por un alambre tensado entre dos extremos: la narración y la reflexión. El protagonista de los hechos se adueña por completo de la voz narrativa y razona todo lo que vive. Unos cuarenta años, profesional de éxito, casado con una mujer a la que ama y desea, padre de un niño de corta edad, estamos ante un sujeto singular, una especie de antihéroe heroico, pues, si por una lado su único propósito es la propia salvación, por otro, muestra el arrojo de quien se sabe perdido. Y es que el protagonista es, al mismo tiempo, víctima y creador de nuestro mundo; y lo que es peor: es consciente de ello. Hablando de sus compañeros de profesión, dice: “a algunos les gusta imaginarse como héroes o más bien como Homeros forjadores del imaginario colectivo”. Juglares o dioses creadores de un mundo a medida no de los hombres, sino de los consumidores: “el paraíso o el infierno dependen de mi cuenta bancaria […]. Todo acto humano se reduce a un acto de consumo”. No somos sino receptores de deseos que ajenos; pobres condenados a la insatisfacción.

La novela abarca un día en la vida de este Ulises, náufrago que brega entre los deseos inoculados y los propios anhelos; entre la intimidad y la identidad compartida en redes sociales; entre el amor y el deseo; las exigencias instintivas del cuerpo y la intelectualización de los hechos vividos; entre la publicidad y el arte. Es esta una novela de extremos enfrentados, de agonía, de lucha entre ideas. Conforme avanzan las horas, el desconcierto se va haciendo mayor. La relación del narrador con Urdazi es de lo más jugoso de la obra. Nótese la enjundia que hay aquí. Urdazi es una deformidad, un monstruo, un producto anómalo engendrado por la misma realidad que combate; y, al mismo tiempo, el protagonista, forjador de ese mundo, se encarga de alimentarlo y de que se reproduzca en las redes sociales. Dice Urdazi: “en realidad, somos antagonistas. Tú creas los deseos en los demás, pero no los cumples. Yo, sin embargo, satisfago el deseo oculto de muchos”. Urdazi es la resistencia, la rebeldía ante la dominación, pero la suya es una solución estéril, como lo son, de otro modo, las manifestaciones: “se han convertido en algo así como una terapia. Le gente se congrega, grita y corea, como fieles que repiten un ritual a la espera de que suceda algo, un acontecimiento que los rescate de la depauperación y la incertidumbre”. El desencanto está servido.

El protagonista busca el sentido en lo absurdo, la voz propia en los ecos, pero, sobre todo, la pureza en la inmundicia. Pocos asideros le quedan para flotar en la tormenta de este día; uno de ellos, la amistad, pura y dura, que justifica uno de los mejores pasajes del libro: el encuentro entre el protagonista y su mejor amigo. Finalmente, al alba, regresará a su Ítaca, donde descubrirá que, después de todo, hay cosas que se hacen ciertas por sí solas, como las revelaciones místicas, y estas son, en realidad, las más sencillas, porque están ahí desde siempre, como la sangre propia encarnada en otro cuerpo.

Hay en Acontecimiento más reflexión que acción y, a la vez, más poesía que ensayo. Es cierto que en algunos momentos el lector puede tener la sensación de haber caído en un mar sin viento, pero es entonces cuando cobra mayor sentido el trabajo estilístico del autor (confieso que mi libro tiene muchas páginas con las esquinitas dobladas). Aun siendo así, el viento llega. El último tercio de la novela, auténtico descenso a los infiernos, justifica la espera. La llegada a puerto deja en la memoria el regusto del auténtico viaje, el de los héroes clásicos, ese que nos transforma porque nos hemos enfrentado a nosotros mismos, a nuestro mundo, y por eso, en algo, ya no somos los mismos.
 
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