Escritor y crítico
literario
"¡Proletarios de todos los países, uníos!”. Con el anterior
enunciado cerraban Marx y Engels el “Manifiesto Comunista”. El empleo de la
segunda persona del plural parece marcar una diferencia entre un nosotros y un
vosotros. Los primeros (los teóricos) apremiarían a los segundos (los
proletarios) a una unión en aras de enfrentar una serie de penalidades que los
oprimirían, y es que, continuando con Marx-Engels, históricamente el
transcurrir de la sociedad humana se habría venido caracterizando por la lucha
de clases, erigiéndose, en un momento dado, la burguesa modernidad sobre el
feudalismo, heredando de dicho sistema “los antagonismos de clase”.
A lo largo de la historia, incluso antes del surgimiento del
fenómeno conocido como Movimiento Obrero, siempre hubo gentes de los estratos
más acomodados del “estatus quo” que fuere que deliberaron críticamente sobre
ciertos estados de la cuestión y denunciaron el sufrimiento de determinadas
capas de población. Esa actitud es un paso más allá de la mera piedad, propia
esta de algunas personas portadoras de un cierto talante caritativo instaladas
en determinados entornos de privilegio; sería más bien la manifestación de una
empatía con los sectores desfavorecidos del orden social brotada a su vez de un
espíritu rebelde, de un desacuerdo con lo que se contempla desde un mirador
situado por encima de los grupos a los que se ofrece solidaridad intelectual.
La caridad se me antoja más propia de los ámbitos aristocrático y
clerical; la solidaridad la hallo más burguesa y secular, aunque significativos
elementos procedentes de la aristocracia, como Kropotkin, se hayan lanzado en
uno u otro momento contra la realidad que los había hecho proceder de estratos
favorecidos por la dinámica socio-histórica.
El prisma marxista con el que iniciábamos este escrito era moderno
y se ha ido diluyendo de manera paulatina en una postmodernidad que en cierta
medida lo desdibuja obligando a sus preservadores a resituarlo en sintonía con
el nuevo paradigma. Cierto es que muchos de sus preceptos gozan aún de rabiosa
vigencia, mas otros, al haber quedado desubicados, han requerido de nuevas
perspectivas (que se han ido llevando a cabo desde múltiples espacios
neomarxistas).
La opresión sigue vigente, pero en mucho más diversas direcciones;
el “opio del pueblo” proviene multidireccionalmente de nuevas paganas teologías
que han venido contribuyendo a apuntalar el triunfo de un capitalismo que
definitivamente ha roto las reglas que lo auspiciaron en favor de un supuesto
progreso general de la humanidad.
En todas las sociedades a lo largo de la historia han existido
gentes diferenciadas del común, más prósperas, más cultas, más influyentes… a
las cuales no llegaba a agradar que aquellos otros no considerados tan
eminentes se pudiesen llegar a integrar en su círculo más próximo consiguiendo
aproximarse a los privilegios privativos de su casta. Así las cosas, no es de
extrañar que se hayan producido en momentos puntuales en todas las épocas
rebeliones de grupúsculos de los estratos más bajos o desfavorecidos del
escalafón.
Compendiando la deriva histórica de la humanidad podemos decir que
una serie de minorías, en distintos tiempos y contextos, han vivido del mayor
sacrificio de otros muchos apoyándose en unas u otras lógicas de dominación. Y
casi siempre han existido rebeldes cuestionadores de las circunstancias
imperantes, procedentes en muchos casos de la misma o similar extracción que
los opresores, en lo que podemos calificar como conducta “empática” con los
oprimidos. ¿Qué puede suscitar tales tomas de postura? Decíamos que un brote de
solidaridad, afirmación que hemos de matizar ya que también cabe intuir algo de
narcisismo en quienes se saben teóricos mesías libertadores del pueblo
ultrajado. Quizá eso, la mezcla de un talante solidario (o receloso o
intolerante con la injusticia) unido a un cierto rasgo narcisista, sea lo que
incentiva al burgués a erigirse líder de los enfrentados a su clase de
procedencia. Unamuno empleaba el término “intrahistoria” para referirse al
contexto sobre el que se alza la historia con mayúsculas, esa en la que, con
seguridad, quieren inscribir su nombre aquellos que vehiculan su talento a la
lucha por la dignificación de los perdedores de la historia, esto es, los
forjadores de la intrahistoria, esa que transcurre al margen de los haces
lumínicos de la fama. Ya apuntaba Michels, cuando enunció su “ley de hierro de
las oligarquías”, que “Los grandes precursores del socialismo político y
representantes principales del socialismo filosófico, Saint-Simon, Fourirer y
Owen; los fundadores del socialismo político, Louis Blanc, Blanqui y Lassalle;
los padres del socialismo económico y científico, Marx, Engels y Rodbertus,
todos fueron intelectuales burgueses. […]. Únicamente Proudhon, el obrero
impresor, figura solitaria, alcanzó una posición de grandeza sobresaliente en
este ámbito” (“Los partidos políticos 2”, Amorrortu, Buenos Aires, 1984, p.
37).
Ejemplos más contemporáneos los tenemos en España, verbigracia en
la oposición al franquismo a partir de los años cincuenta. La mayoría de los
intelectuales que conspiraban contra el régimen eran de extracción burguesa, la
crítica e historiadora Shirley Mangini lo mostraría en su magnífico trabajo
“Rojos y rebeldes. La cultura de la disidencia durante el franquismo” (Anthropos,
1987); expone cómo muchos de los intelectuales que colaboraban en aquella lucha
más que proletarios eran en su mayor parte “compañeros de viaje” del PC que se
acercaban a dicho partido por encarnar un símbolo de la lucha antifranquista.
Es entendible que nadie en su sano juicio, por mucho que se
sensibilice con determinadas circunstancias sociales, quiera abdicar de su
confort en aras de integrarse en una forma de vida más ardua. Nadie quiere ser
obrero por mucho que desee a la clase obrera el más digno pasar. Es más, los
miembros de las clases trabajadoras no quieren ser proletarios y, en la medida
de sus posibilidades, los más, desarrollan patrones conductuales identificables
con las clases burguesas consolidadas.
Aun así, es loable la labor de esta burguesía llamada progresista
en lo que respecta a querer adecentar el panorama común. Desde posiciones más
reaccionarias se les achaca una supuesta incoherencia entre su discurso y su
“modus vivendi”, pero al menos ellos ponen el foco en ciertas lacras,
enunciando y denunciando. Muchos podrían no hacerlo evitándose “dolores de
cabeza”, pero son muchos los que no pueden evitar poner en evidencia en mayor o
menor medida ciertos flancos injustos del mundo en que habitan pese a no
tocarles muchas veces más que de soslayo el desamparo del otro.
Uno de esos “intelectuales progresistas” de extracción burguesa,
Joaquín Sabina, se refería, en lógica similar a la antes traída en palabras de
Michels, al caso del otrora alcalde de Madrid, Juan Barranco, hijo este de padre
albañil, motivo por el que se le habría tratado de relegar en su partido, el
PSOE (hoy considerado sin ambages partido de la izquierda burguesa): “Es
alguien a quien maltrataron muchísimo porque, y ahí sí tenía razón Alfonso
Guerra, no venía de las clases dirigentes” (Sabina, Joaquín-Menéndez Flores,
Javier: “Sabina en carne viva”, Ediciones B, Barcelona, 2006, p. 185). Y
continuaba: “las clases también existen en el interior del PSOE y en el
interior de los partidos de izquierda. Y tanto Alfonso Guerra como Juanito
Barranco han sido vistos siempre con mucho recelo porque no son abogados,
porque no son ‘hijos de’” (“Ibíd.”, pp. 186-187). Al tiempo que decía lo
anterior, continuaba afirmando lo siguiente Sabina: “me hace disfrutar
muchísimo ver […] que estoy en sitios donde nunca me consideré invitado. Esto
alimenta mi narcisismo de impostor y me gusta mucho” (“Ibíd.”, p. 187). Como
Sabina, otros “intelectuales burgueses de la izquierda” se postulan como
reivindicadores de un orden más equitativo adoptando el papel de faros que
aportan luz orientadora al pueblo oprimido y hundido en las tinieblas, por
resultar estimulante para sus egos, sin por ello abdicar de los privilegios que
comportan su lugar en la sociedad. Pero lo cierto es que en la actualidad ha
incrementado ostensiblemente el número de personas formadas que coadyuvan a
aportar interesantes contribuciones en todos los órdenes, replegándose los
antes situados para no perder su espacio de influencia, en lo que vendría a ser
algo semejante a lo apuntado por Sabina.
Ante el incremento en la capacitación técnico-intelectual del
ciudadano medio, empiezan a ser muchos los que entrevén una conspiración a
escalas muy relevantes de poder mundial para terminar con un Estado del
Bienestar que ha aupado a ciertas instancias de dignidad e instrucción a quien
nunca se hubieran imaginado accediendo a tales cotas de prosperidad. El sistema
mundial no parece estar ideado para ello, o no se quiere que lo esté desde
determinados círculos de poder.
También se dan los casos de aquellos intelectuales
pequeñoburgueses en otro tiempo solidarios con el vulgo que han evolucionado
hacia posturas más conservadoras movidos por el ingente éxito crematístico, por
el desengaño, o por cualquier otra circunstancia.
En cualquier caso, el contexto en que hoy nos movemos parece
irreversiblemente capitalista porque no existe una conciencia proletaria y si
se da es porque no queda más remedio, quedando tal condición abandonada, sin el
menor atisbo de nostalgia por parte de quien hace defección, en cuanto surge la
posibilidad, permaneciendo la controversia en el terreno de la pose
fundamentalmente. O quizá lo que requiera el actual momento no sea la rebelión
sustentada en la proletaria fraternidad sino otro tipo de tomas de conciencia,
fundadas sobre nuevos lazos de solidaridad o fecundadas en otros ideogramas
epistemológicos.
De cualquiera de las maneras, lo que parece incuestionable es que
no hay un orgullo de clase obrera, sino la resignación de no poder ser otra
cosa, pues todos hoy quieren ser burgueses, bien para renegar de la clase de
procedencia, bien para adoptar una pose condescendiente hacia los que no han
tenido la suerte del que ha ascendido en la escala social.
La voz poética de la canción “Los seres únicos” del grupo “indie”
Love of Lesbian afirmaba pensar a veces que en el mundo real existen tres
bandos: los que viven, los que lo intentan y los que solo sueñan. Los que viven
podrían ser las clases descollantes; los que lo intentan, las clases
trabajadoras, y los que solo sueñan, bien la ingente porción de las segundas
que aspiran a integrarse en las primeras y la no tan ingente porción de las
primeras que se solidariza, siquiera intelectualmente, con las segundas.