DIEGO VADILLO LÓPEZ
Llegados a este punto y
haciendo balance del heteróclito puzle conformado con los diversos puntos de
vista aportados por los participantes en esta sugestiva edición, cabe abundar
en el hecho de que por mucho que se pueda decir sobre uno solo de los cuadros
de Elron, más seguirá siendo lo que quede por dilucidar, toda vez que la
pintura de nuestro artista es multiforme, polifónica y polisémica.
Osaría asegurar que nada de lo que acontece en cada pintura
es gratuito o ajeno a premeditadas intenciones. Es un juego el de Elron
sustentado en unas reglas que serían el engranaje que mueve los resortes de tan
dinámico y sorprendente universo creativo.
Cuando digo juego bien podría hacerlo en el sentido en que lo
concebía Gadamer, referido “al modo de ser de la propia obra de arte” (1) y es que para este teórico “El
sentido medial del juego permite sobre todo que salga a la luz la referencia de
la obra de arte al ser” (2).
Ha sido en relación con este sentido lúdico, muy acusado en
los cuadros aquí traídos, así como en toda la obra de Elron, como he percibido
las cinco pinturas seleccionadas para este libro tributario.
Cada cuadro es un organismo cerrado hacia sí y, a la vez,
abierto a infinitas interpretaciones desde muy numerosos prismas.
En cualquier caso, el temperamento con que Elron dota a sus
obras las hace sumamente gratas y digeribles pese a que no se haya accedido a
ninguna de las claves en ellas encerradas.
Son los cuadros de Elron viñetas de una hondura a veces
inescrutable; profundamente discursivas.
Rafael de Cózar se refería a la perdurabilidad del
Surrealismo en base a su valoración de los impulsos interiores, a su
rehumanización por esas vías (3).
También apuntaba este crítico la readaptación de esta corriente llevada a cabo
por el grupo postista en España: “frente al automatismo surrealista los
postistas contraponían el control para crear poesía y defendían, frente al
irracionalismo subconsciente el ‘racionalismo subconsciente, o consciente’
[...] propugnan el eclecticismo (collage) entre lo clásico y lo moderno” (4). Elron, bajo mi punto de vista
emparentaría a las mil maravillas con el grupo postista, en el que cohabitaban
escritores y artistas plásticos. Y para el acercamiento a la obra de todos
ellos servirían los parámetros que dejara prefijados Ramón Gómez de la Serna,
vanguardista de muy primera hora que tanto se bregara, lúdicamente, en el
diálogo interdisciplinar de las artes.
Tras la lectura de los distintos textos aquí compilados sobre
los cinco cuadros seleccionados no me resisto a trasladar las palabras que
Fermín Tamayo y Eugenia Poeanga destinaban al teatro de Luis Martín Santos y
que serían del todo pertinentes en una
definición cualesquiera de la teatral pintura elroniana, pues en uno y en otra
“se amalgaman diversos tratamientos literarios, como son el pastiche y la
parodia con intención burlesca, grotesca, o vertida a veces al gusto infantil.
Se trata de unas obras destinadas [...] a una minoría de intelectuales [...]
que gustan de reconocer y desentrañar en ellas un trasfondo cultural cifrado en
clave, una ‘enciclopedia’ secreta” (5)
en la que se incluye “un lenguaje simbólico [...] capaz de expresar lo
prohibido, desvelar los tabúes, deformando y transformando para ello la materia
[...] cuyo referente inmediato es la realidad objetiva” (6).
Elron, a lo largo de toda su obra, nos convida a recalar
morosamente en sus orbes, al fin, parcialidades de un orbe mayor. Las partes
del todo que los aquí participantes hemos visitado (previamente a la invitación
que ahora, en la presente edición, cursamos en dirección al lector universal)
el mundo canallesco, subsiguiente al Pecado Original, con su aparejada terrible
cascada de consecuencias posterior a la flaqueza de la célebre pareja
terrateniente a la cual se le acabaría “ipso facto”, tras morder la manzana, el
usufructuario privilegio. También hemos visto al artista (estereotipado en una
determinada dirección) apartado en un invierno que contrasta con la primaveral
lozanía avistable en “La danza de las mariposas”, que transcurre en un hábitat
natural y simbólico, similar al contexto de “El Relojero”. Preñado de
simbolismo también aparece el díptico “Sodoma y Gomorra”, con su deliciosa
depravación, implantada con decorativo y desenfadado sentido de la
trascendencia, palabras estas últimas que bien servirían para definir las
consecuencias del ejercicio pictórico que Elron llevara a cabo.
NOTAS
(1) Gadamer, Hans-Georg: “Verdad y
Método”, Sígueme, Salamanca, 2005, página 143.
(2) Ibídem, página 148.
(3) Cózar, Rafael de: “Vanguardia
o tradición”, Mergablum, Sevilla, 2005, página 71.
(4) Ibídem, página 155.
(5) Tamayo, Fermín-Popeanga,
Eugenia (Ed. de): Alonso de Santos, José Luís: “Bajarse al moro”, Cátedra,
Madrid, 2004, página 46.
(6) Ibídem, páginas 46-47.