LA VULGARIDAD Y EL DESEO
Raúl
Galache García
Escritor,
profesor y crítico literario
Crítica
de Nuevas teorías sobre el orgasmo
femenino, de Diego Sánchez Aguilar. Editorial Balduque; 153 páginas.
Premio
Setenil 2016
Cuando
se constituye un jurado literario que entiende de estas cosas y se le deja
elegir libremente, los certámenes tienen sentido. Así ocurre con el Premio
Setenil, que se concede al mejor libro de relatos publicado en España durante
un año, un galardón de creciente prestigio y que busca ser algo así como el
"Óscar de los libros de cuentos". En la edición de 2016 el
galardonado ha sido Diego Sánchez Aguilar por Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino. Se une así su nombre al
de Alberto Méndez, Cristina Fernández Cubas o Sergi Pàmies, entre otros.
Siete relatos dibujan, en conjunto,
una suerte de jardín de la insatisfacción de la clase media española, una
suerte de muestra impresionista en la que no se pretende encajar piezas a
puñetazos, sino que las historias enciendan la consciencia y la reflexión del
lector, si este así lo quiere, pues las narraciones son independientes entre sí
y se puede renunciar tranquilamente a profundizar en ellas; buena señal cuando
un autor es capaz de moverse con soltura en diferentes niveles de lectura.
Los personajes de Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino
están atrapados en una tela de araña tejida por patas multiformes. Todos
—salvo
el del último cuento, “El perfume”, que requiere análisis aparte— anhelan un
deseo silencioso, que no ocupa otro espacio que el de su propia intimidad, pero
que la abarca por completo. Sin embargo, tal deseo no se satisface, pues, en
buena medida, está creado por anhelos que no son propios, que no brotan
solamente de las necesidades o impulsos de los que los sienten, sino de un
mundo de imágenes prestadas por la publicidad, la pornografía o el cine. En
“Gemidos”, la segunda pieza del conjunto, se deja claro: “para Aselmo, estar
enamorado son un montón de imágenes de comedias románticas que involucran a
Julia Roberts, Scarlett Johansson, Kira Knightly, y otras actrices que salen en
películas que ve en su sofá”. Anselmo es un tipo gris, un funcionario de
Correos que queda prendado de una videoartista que ofrece en streaming un orgasmo diario, con la
particularidad de que nunca se ve su cuerpo, solo se oyen sus gemidos. Anselmo
idealiza a la artista y, creyéndose enamorado, decide unirse a ella por medio
de orgasmos solitarios y, según él cree, compartidos. Así les ocurre a varios
protagonistas de los cuentos. Son presa de figuraciones que se vuelven
certezas.
Francisco —en “Vecinos” —, cuyo
matrimonio es una sucesión de monotonías, ansía las salvajes relaciones
sexuales de sus vecinos de arriba, de las que solo conoce los gritos que ocupan
la quietud de su habitación conyugal. Por eso, “hay una injusticia tremenda en
el hecho de que no sea él quien esté arriba”. Aurora, recién divorciada, en el
relato “Cuba”, viaja a la isla con sus dos mejores amigas. Ellas buscan cumplir
los tópicos de un “viaje de chicas”, entre los que se incluye el goce de la
carne mulata, pero la protagonista, de carácter sensible y apocado, no les
confiesa la añoranza de cariño que oculta. Es Aurora, a juicio de quien esto
escribe, el personaje más enternecedor del conjunto. Pero, a su modo, todos
ellos lo son: treintañeros o cuarentones habitantes de una capital de provincia
y de la soledad. Porque todos sufren el dolor de la incomunicación, el
destierro al páramo de la vulgaridad. Quisieran otra vida que no es la suya, la
que nunca podrá ser. Incluso, en algunos casos, como el de Paula en
“Injusticia”, el otro anhelado es uno mismo, el que fue, el adolescente que se
tragó el tiempo a bocados ansiosos, que se sintió vivo. Ese contraste entre la
juventud y la madurez, entre la vida entera y la vida a medias, se muestra con
destreza en “Anunciación de María”, donde un marido, que espera el regreso de
su esposa bajo la angustia de los celos, ve cómo una pareja de chavales se
devoran sin tapujos.
Bien está todo lo anterior, pero el
mayor logro de Sánchez Aguilar está en su prosa, en su labor de artesano de la
oración. Un narrador omnisciente, siempre en la perspectiva del protagonista —o
de los protagonistas en algún caso—, disecciona los estados de ánimo de los
seres que habitan el libro. Lo hace con elegancia, manteniendo siempre un
cuidado equilibrio entre lo que se dice y lo que intuye, entre lo explícito y
lo erótico, entre lo vulgar y lo sutil; elegancia y buen hacer, en suma. Es la
prosa de Sánchez Aguilar rica y matizada, acertada en las comparaciones —“una
risa hacia dentro, como si la absorbiera a través de la pajita del mojito”, “como
esos deseos concedidos por genios que se cumplen de maneras retorcidas y equívocas”—
y directa en las narraciones; fluida y morosa: “ese suave roce callado, bajo la
catarata de gemidos ajenos, violaba todas las reglas excepto la del silencio”.
Por eso cada relato interesa desde que asomamos el ojo por la mirilla hasta que
abandonamos la casa. El narrador, en una estructura de prolegómenos, intensidad
y aterrizaje forzoso, se toma su tiempo, pero no desfallece en ningún momento.
Gusta esa manera de contar alejada del acierto ingenioso o del microrrelato
efectista que a menudo campan a sus anchas por las estrecheces del prestigio
literario.
Mención aparte merece “El perfume”,
cuento que cierra el libro. Su protagonista, a diferencia de los demás, vive en
Madrid, si bien querría hacerlo en Manhattan. Como sus compañeros de ficción,
su vida está marcada por la soledad y por la incomunicación, pero algo le
diferencia de ellos. Él tiene la vida que quiere. ¿En qué es especial?, ¿qué le
hace superior a ellos? Es un publicista de éxito. Él es quien crea los deseos
que embotellan a los demás, él es el hechicero de la tribu, el dios del Olimpo
que juega con los mortales, el que pone el tapón a una botella a la que apenas
entra oxígeno para respirar. Se establece, por cierto, una curiosa y jugosa
conexión entre este protagonista y el de Acontecimiento,
la última novela de Javier Moreno, comentada también en esta misma revista.
Nuevas
teorías sobre el orgasmo femenino es, en fin, una autopsia emocional, una
disección encendida, un tratado luminoso de unos pobres seres que reconocemos
en nuestros compañeros de trabajo, en nuestros vecinos, en nuestra misma piel.
Ellos están aquí, en este mismo lado del espejo. Abrir las páginas de este
libro es colarse en sus vidas con la curiosidad secreta del voyerista, el
interés del antropólogo y el deleite del lector que paladea la buena
literatura.