Charlamos con Javier Moreno a propósito de “Acontecimiento”, su última novela.
Entrevista realizada por Raúl Galache García
Escritor, profesor y crítico literario
Javier Moreno, murciano de 44 años, profesor de Matemáticas en Madrid, cuenta con una sólida carrera literaria y, de hecho, es una de las voces narrativas más poderosas y personales de su generación. Lee aquí la crítica a su última novela.
“Acontecimiento” (Salto de página, 2015) tiene como protagonista a un publicista de éxito, un creador de deseos, de “fantasmas”, en sus propias palabras. Su pensamiento teje el tapiz de nuestro mundo, un tejido que él mismo construye y deconstruye. Dos acontecimientos dinamitan la cotidianidad del personaje: uno íntimo y otro profesional: le encargan escribir los estados de Facebook de Urdazi, un justiciero que dispara tiros en la rodilla a banqueros, políticos y demás peces gordos. Asistimos a un día en la vida de este hombre, una especie de héroe y al tiempo de antihéroe luchando cara a cara contra los dioses. En la obra las reflexiones del protagonista —voz narrativa absoluta— son tan importantes como los hechos. Sabemos qué piensa este ente de ficción, pero no la opinión del autor sobre los temas de su propia obra. Ahora es él quien habla.
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—Atendiendo a tus tres últimas novelas, asistimos a un tríptico del mundo contemporáneo. De manera simplificada, “Alma” (Lengua de trapo, 2011) es un retrato individual del hombre de hoy, mientras que “2020” (Lengua de trapo, 2013) es una fabulación sobre la sociedad engendrada por la crisis económica. Por su lado, Acontecimiento sumerge al lector en el inconsciente colectivo de nuestro tiempo. ¿Son entre sí obras complementarias?
—Hay una continuidad, es cierto, entre “2020” y “Acontecimiento”. En “2020” aparecía un paisaje social futurista de personajes desahuciados que habitaban en aviones abandonados en Barajas, magnates de las telecomunicaciones y gurús de la especulación financiera… Un mundo distópico aunque –en realidad- bastante similar al nuestro. “2020” es una novela que refleja el lado siniestro de la crisis económica y social mientras que “Acontecimiento” es una novela donde la crisis se ha hecho endémica hasta convertirse en paisaje cotidiano. “2020” era una novela coral, con varios personajes que componían el rompecabezas de la debacle. Sin embargo “Acontecimiento”, sin renunciar a la elaboración de personajes, es una novela confiada fundamentalmente a la voz de un solo personaje. Más problemática veo la relación con “Alma”, un libro tan singular en mi trayectoria que no me atrevería a compararlo con ningún otro.
—El protagonista de “Acontecimiento” es creador de un mundo del que, al mismo tiempo, es víctima, un mundo en el que “todo acto humano se reduce a un acto de consumo”. ¿Somos meros consumidores?
—Está claro que se trata de una sentencia maximalista. Me gustan las frases rotundas, pero, como ocurre siempre con lo lapidario, se halla lejos de la verdad. Creo que la frase aparece en la novela en el contexto de la navegación por internet y el denominado Big Data, ese rastreo que configura nuestra alma digital. El protagonista pone el dedo en la llaga sobre un peligro latente que se agudiza en nuestro mundo hipertecnificado como es el de que acabemos relacionándonos con las cosas exclusivamente a través de un intercambio monetario. Que aun sin darnos cuenta cada acto a través de la web (no solo el de compra) acabe proporcionando una rentabilidad. Es un concepto problemático porque al mismo tiempo está en la base de aquellos que defienden una renta básica para los usuarios de internet, ya que en el mismo momento en el que navegamos estamos aportando información que las empresas convierten (al menos potencialmente) en beneficios. La conclusión es evidente: si las empresas se benefician, ¿por qué no los usuarios? El mero hecho de navegar se convertiría así en un trabajo asalariado.
—Uno de los temas de la novela es la identidad. “A algunos les gusta imaginarse como héroes o más bien como Homeros forjadores del imaginario colectivo”, dice el protagonista hablando de sus compañeros de profesión. ¿Hasta qué punto se puede ser uno mismo en un mundo en el que nuestros deseos son fruto de la mente de otros? ¿Es ser uno mismo una mera entelequia hoy en día?
—Ser uno mismo siempre ha sido una entelequia, en todos los tiempos. Nuestros deseos están configurados social y culturalmente a través de un proceso de mímesis que opera desde la infancia. La libertad está en elegir el tipo de “formateado” que le queramos dar a nuestro imaginario, y esa libertad solo es accesible a una clase privilegiada que ha logrado emanciparse del forjado estándar de los gustos y apetencias. Resulta complicado, por tanto, “tomar posesión” de los propios deseos. Precisamente el “status quo” se basa en el mito compartido de que somos seres autónomos a la hora de elegir nuestras amistades o nuestros amantes. Solo podemos desear (y por tanto elegir) aquello que es compatible con las películas que hemos visto, las canciones que hemos escuchado o los libros que hemos leído. Sé que eso casa mal con nuestro romántico anhelo de autonomía. Los publicistas, más pragmáticos, se aprovechan de ese prejuicio. Ellos son los sacerdotes que conocen el secreto del deseo. Se supone que los artistas también deberíamos conocerlo y que nuestra función debería ser la de aportar alternativas a esos deseos prefabricados. El problema es que el modo en el que están diseñadas las cosas hace que los artistas (por llamarlos así) que tienen visibilidad en realidad refuercen el imaginario construido por la publicidad. La alternativa es opacada, recluida en un margen minoritario y envasada para su consumo con la etiqueta de “lo independiente”. De ahí la importancia de la educación sentimental, que no tiene nada que ver por cierto con la educación emocional (la versión utilitarista de lo anteriormente dicho), sino con una verdadera alternativa en la creación de afectos y deseos.
—En la novela las redes sociales cobran un papel relevante. A tu parecer, ¿de qué modo condiciona la identidad del hombre de hoy la existencia de Facebook o Twitter?
—Te diría que depende del hombre (o de la mujer). En general, creo que la influencia de las redes sociales en la configuración del modo en el que los demás nos ven es notable. Hasta el hecho de no ser usuario de ellas redunda en una pobreza de “capital social”, algo que no necesariamente es malo.Renunciar a la visibilidad que las redes aportan es una opción, quizás la menos alienante.
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