Azay Art Magazine, Nº 8 (Junio-2017) ISSN 2254-061X DL M- 6673-2017 |
JORGE ORTEGA BLÁZQUEZ |
PRIMERAS PÁGINAS DEL ENSAYO:
LA
POESÍA DE LOS TROVADORES: EL CONFLICTO ENTRE LA CARNE Y EL ESPÍRITU (IDEAL Y
REALIDAD)
Desde finales del siglo XI y en una
zona determinada del sur de la actual Francia que se caracterizaba, frente al
territorio situado al norte del Loira, por sus peculiares estructura social,
sistema de creencias y lengua (la lengua de oc, hablada en el sur, frente a la
norteña lengua de oil), se desarrolla un quehacer poético que va a ser la base
de toda la poesía vernácula de Occidente
y que va a tener su periodo de máximo esplendor durante los siglos XII y XIII,
aunque —ya en decadencia—puede rastrearse hasta el siglo XV: la poesía de los
trovadores.
Esta forma de poetizar, elaborada, artificiosa en ocasiones
hasta la extenuación (pensemos en la complicada sextina de Arnaut Daniel, por
poner un ejemplo), descansa, en la temática que estas líneas van a tomar por
objeto, en un código amoroso que hoy conocemos por el nombre de fin´ amor
o amor cortés. Se trata de una concepción refinada y caballeresca del amor que
va a traspasar las fronteras del Languedoc, tanto geográficas como temporales, y va a
dejar su impronta en zonas tan variopintas como el norte franco, con el roman
courtois y la poesía de los troveros;
la Sicilia de Federico II, con la obra de sus poetas cortesanos (como
Giacomo da Lentini, que pasa por ser el creador del soneto); el norte de Italia, con el dolce stil
nuovo, la obra de Dante, de Petrarca y sus continuadores; la Germania de los minnesinger o el
viejo suelo de Hispania, donde imprimirá su no disimulable huella desde la
poesía de los cancioneros gallego-portugueses, castellanos y aragoneses hasta
la obra de nuestros poetas renacentistas y barrocos, pasando por los versos, ya
escritos en valenciano, de un Jordi de Sant Jordi o un Ausias March (que tanto
influyó en nuestro Garcilaso), por no hablar de todo el torrente de novelas de
caballerías que, con el Amadís de Gaula de Garcí Rodríguez de Montalvo
como paradigma, va a regar los fértiles campos de nuestra literatura del
quinientos.
Me propongo en estas notas analizar algunos fragmentos de
poemas de trovadores occitanos (utilizó un criterio lingüístico para adjetivar
aquí) de los siglos XII y XIII, fragmentos con los que pretendo demostrar (acaso
a mí mismo) que esa imagen que tradicionalmente tenemos de la cortesía —a la
que vemos, en la estela de un platonismo acaso demasiado ingenuo, como un amor
idealizado que no pasa por el filtro de la carne, sino que se conforma y se
complace con un sufrir los desdenes de una dama casi divinizada que
martiriza con su esquivez y su
menosprecio a su adorador constantemente rechazado, el trovador, noble o
villano—, que esa idea del amor cortés no está reñida con la pasión, con el
deseo, con una verificación física de ese amor que no por eso pierde
significado ni, a mi modo de ver, alcance simbólico: el amor como fuerza
redentora, el amor como guía, encarnado en la figura de la amada, hacía una
trascendencia ultraterrena, sí, pero también hacia un paraíso que podemos
encontrar aquí en la tierra, aunque no seamos conscientes, como Proust, de que
lo hemos habitado hasta que lo hemos perdido.[1]
Citaré a los trovadores seleccionados en su lengua occitana
y daré, acompañando a cada fragmento, la traducción española que proponen
Isabel y Martín de Riquer en su erudito trabajo La poesía de los trovadores, antología que ambos editaron para
Espasa Calpe en 2002, de donde reproduzco también las versiones originales. A
cada cita seguirá una exégesis personal
del autor de estos apuntes, glosas que no pretenden ser, en ningún caso, ningún
estudio exhaustivo y sesudo, sino que proceden de una serie de impresiones avaladas
solamente por ciertas e inevitables reflexiones, algunas lecturas, vivencias
(menos de las que uno quisiera) y, sobre todo, intuiciones del que estas líneas
escribe. Que Amor, che move il sole e l’altre stelle, como
bien sentenciado dejó el Dante, mueva también mi pluma.
[1] «[...] pues los
verdaderos paraísos son los paraísos que hemos perdido». Marcel Proust, El tiempo recobrado, Madrid, Alianza
Editorial. Página 216.