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POÉTICA FAMILIAR

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Escritor y crítico literario

Todo comenzó con la lectura de un poema publicado en el blog de Javier Martínez: “Mi padre”, de su libro Carne humana. Este era el texto:

MI PADRE

Mi padre. Gordo y sudoroso.
Con mi hermana chica en un brazo
y un muslo de pollo en la otra mano.
Aunque no se note mi madre tiene cogido de la oreja a Joaquín.
Para que se esté quieto.
Mi hermano Carlos no sonríe para que no se le vea la ortodoncia.
Y siguiendo la estampa familiar
a Raquel sentada se le ven las bragas.
Sólo falto yo.
Que hice la foto.

Mi hermana chica se casó y se largó.
Vive en una zona turística. Allí se esterilizó
y depiló con láser sus ingles.
Lo mejor que oí decir de ella es que tiene un amante diez años
más joven que la amante que se echó su marido.
A mi hermano Carlos ya le quitaron la ortodoncia
pero algo de aquellas burlas hace que apenas pase por casa.
Y Joaquín, que ya cumplió los cuarenta,
come allí todos los días.
Y Raquel sigue enseñando sus bragas
en un local más allá de la Avenida de la Paz.
Lleva a cuestas esa felicidad de la que no piensa demasiado.

Mi madre vive sola sin demasiada pena
y mi padre murió hace ya años
infartado por una avalancha de colesterol.
La de veces que le gritaba que dejara de comer
como si fuera un agujero negro.

Aún hablamos sólo de él
cada vez que un pedazo de familia se encuentra.
No es posible renegar de aquella masa de grasa y conservantes
a la que mi madre insistía en que llamáramos padre.

Pero si algo consiguió en su vida, fue sólo a su muerte,
cuando pudo poner por una vez a toda la familia de acuerdo,
de acuerdo en que su vida fue aquella foto.
Desenfocada.
Mal encuadrada.
Mi hermana chica en un brazo
y un muslo de pollo en la otra mano.
Incapaz de decidirse entre darle un beso a la niña
o pegarle un bocado a la comida.
Siempre entre la familia y la carne
el viejo gordo bastardo.

Javier Martínez.

Inmediatamente vinieron a mi cabeza los conflictos típicos promovidos por mi ambigua y polivalente situación relacionada con la poesía. Pensé:

“Como profesor de Literatura española, sé que este texto le podría costar un disgusto al neófito docente que osase leerlo en el aula. (Doy fe de que padres que permiten a sus hijos empaparse de telebasura y embeberse en televiolencia han denunciado a un compañero por mostrar obras de Bukowski en clase…).”

“Como incipiente crítico literario, observo una cierta tendencia hacia el ‘realismo sucio’, empleándolo como recurso elemental de protesta, de contracultura, o como una llamada de atención hacia el lector, aunque de difícil digestión en algunas ocasiones, por su descuidada formalización. (También reconozco que la realidad político-social que nos inunda es bastante “sucia” y no me extraña que la literatura sea un reflejo de ello).”

“Como lector ávido, pero limitado, sé que la Belleza y el Arte son conceptos aprendidos –más que aprehendidos–, condicionados e impuestos culturalmente, que no me dejan ser libre para interpretar, ni me permiten disfrutar del arte independientemente.”

“Como ilusionado poeta, reconozco que toda obra literaria tiene una razón de existir, inconsciente o premeditada, convulsiva o razonada y que no hay barreras que la detengan, salvo las del lector, que viene a ser el teórico fin último, el muro de contención.”

En el centro de este cuadrilátero de fuerzas centrífugas es donde se halla ahora el poema “Mi padre”, de Javier Martínez. Cada esquina de mi tetrágono cerebral puja por imponer su razón y logra, en un primer momento un tótum revolútum que trataré de ordenar y aclarar convenientemente.
Lo primero que se me ocurre para romper el fuego ­–mejor que el hielo– y cortar las ataduras previas es desterrar el punto de vista maniqueo (el bien y el mal, lo bello y lo feo). En esta posición radical tenemos a Gottlieb, que, hace más de dos siglos, defendía la Estética como la ciencia de lo bello frente a lo feo o a la disonancia. ¿Qué pensaría Gottlieb de Laocoonte y sus hijos, la obra de los escultores de la Escuela de Rodas –o la posterior interpretación de El Greco–? Al margen de su indiscutible “belleza” formal, ¿puede ser el dolor o el sufrimiento –además del manido retrato del soberano de turno– algo estético o “bello”? Y, siguiendo con esta retahíla de preguntas retóricas para Gottlieb, ¿qué especulaciones habría hecho si hubiera podido ver un siglo más tarde El grito de E. Munch? En este caso, y dado el hecho de que no se trata de una imitación plástica de la naturaleza ni de un tema “agradable”, ¿podría afirmarse que El grito de Munch no es una obra de arte?
Frente a los valores absolutos preconizados por el etnocentrismo cultural, al que nos han acostumbrado desde pequeños, y al relativismo cultural con que nos bombardean desde interesados sectores radicales, me gustaría proponer un equilibrio ecléctico y encontrar una solución no salomónica para poder valorar el arte.

Un buen punto de partida sería I. Kant y su concepto de la Estética como un sentimiento, no como un concepto. Pero también puede resultar peligroso, ya que afirmar que no hay teoría estética sino opinión estética nos puede llevar a ser manipulados impunemente y, además, tendríamos que preguntarnos cuáles son los sentimientos adecuados para juzgar que una obra de arte llega a tal categoría, a la luz de las emociones provocadas. Sirva como ejemplo de lo dicho anteriormente algo que todos recordaremos por su difusión mediática: la restauración del Ecce Homo de Elías García Martínez en Borja (Zaragoza), con el que posiblemente hayamos experimentado distintos sentimientos frente al resultado obtenido (que por cierto tiene algún parecido con la figura del cuadro de Munch citado más arriba…). ¿Habrá que dar la razón a H. Foster cuando dice que el arte moderno es antiestético?

Creo que ya es el momento de centrarme en el arte de la palabra, en la Literatura. En esta ocasión ocurre lo mismo que con el arte en general: distintas concepciones, diferentes perspectivas…

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