Incluimos
el artículo escrito por Diego Vadillo López y publicado en la revista cultural Sfera Eonica (nº 35), pp. 40-41, que
ofrece algunas claves del libro Torres
sobre la arena, de Raúl Galache García, que muy brevemente verá la luz.
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Páginas de la revista "Sfera Eonica" en las que aparece el artículo de Diego Vadillo López acerca de "Torres sobre la arena", de Raúl Galache García" |
Con la
calma de las cosas sencillas (impresiones acerca de Torres sobre la arena, de Raúl Galache García)
Diego
Vadillo López
[Sfera Eonica, nº 35 (agosto de 2016),
pp. 40-41]
Tras la lectura de Torres sobre la arena (Mundibook, Madrid, 2016), magnífico libro de
relatos concebido por el escritor, profesor de Lengua Castellana y Literatura y
crítico literario Raúl Galache García, me sobrevinieron diversas sensaciones, matiz
que me autoriza a catalogar, por tanto, la obra como “sensacional”. Sí, las
sensaciones más variopintas campan a sus anchas a lo largo de todo el texto (o
compendio de textos) que conforma(n) el libro como perfumando la atmósfera en
la que transcurren las historias con un aroma entrañable presto a ser captado
en su multiforme esencia.
La voz literaria de Galache tiene filiación con
su voz humana; al leérsele en formato de prosa de ficción oímos a la persona
(quienes tenemos el gusto de tratarlo personalmente podemos atestiguar tal
extremo). Uno, bregado en una estética literaria arraigada en el prurito
denotador-denostador, tiene su envés en Galache, y es que este nos refiere la cara b con esperanzado prisma. Parece
condescender incluso con lo que enuncia-denuncia (lo segundo implícitamente;
con aticismo) por tener la certeza de una irremisible resituación de la vida en
sus más nobles derivas en lontananza.
Oscilan los “galácticos” relatos entre lo
épico-filológico y lo costumbrista-audaz. Sobre la base de un realismo
minucioso, bien construido y lleno de verdad, que porta ecos de Delibes o José
Luis Sampedro, por ejemplo, injerta nuestro autor numerosos retazos de
intrépido proceder estilístico: las sinestesias comparecen a salto de mata para
obsequiarnos la magnificencia con que fueron ingeniadas: “para revivir su sabor
a atardecer de verano”, leemos, por ejemplo, en “El corazón de hielo”. Lo
tropológico es manejado con diestra sutileza, haciendo tomar cierto vuelo al
conjunto, como cuando a través de un símil compara (en “Tres colores”) los
circunstancialmente rígidos labios de una monja con una cerradura para, acto
seguido, metáfora mediante (o con casi metafórico proceder, mejor), nos muestra
cómo los labios que nos había presentado duros y tensos, quedan sometidos al
albur de la suerte que con la cerradura con la que habían sido relacionados
tiene la aludida monja: “Los labios de la monja se apretaban como si fueran una
réplica de la cerradura, hasta que una leve sonrisa asomó a ellos al ceder el
pestillo”. También se pueden hallar prosopopeyas del tenor de la que sigue: “El
humo de las antorchas manoseaba el techo blanco”.
Encaja Raúl Galache a las mil maravillas en el
traje de “narrador poliédrico” con que lo califica el prologuista del libro,
Alejandro González Segura, pues pese a tener una voz y unas maneras literarias
muy reconocibles, Galache logra estas amalgamando un nutrido acervo literario
que él, como reputado filólogo y profesor de Literatura, atesora en su bagaje
manejándolo con la frescura y naturalidad con que queda impreso en la obra que
nos ocupa. Clara muestra de ello es “Hombre tomado”, donde nuestro escritor
expresa la crueldad de las relaciones sentimentales cuando deja de arbitrar el
respeto que atrae la pasión, pero no lo hace de manera convencional sino
tirando de una ironía que no resta desazón a la fundamentalmente dialogada
pieza. Nuestro escritor expresa el desencanto pero no por los cauces dolientes
habituales sino haciendo uso de paráfrasis de pasajes de universal lirismo a la
sazón inservibles en tan decantado como vívido escenario.
En el anterior, como en otros de los relatos
del libro, Raúl Galache García se revela como un atinado escrutador de almas,
ofreciéndonos con magistral técnica literaria los flancos más intrínsecos de
los personajes que transitan sus historias. Desarrolla nuestro narrador una
oceanografía harto sutil por ciertos recintos de la humana existencia que
indefectiblemente llaman a la reflexión, toda vez que dejan sedimento todas y
cada una de las piezas compiladas en este volumen. Mas el antedicho componente
existencial no es de atormentada raigambre, sino, por el contrario, optimista.
Posee el conjunto gran hondura, una hondura
arraigada a la corteza terrestre (“No sé si Dios existe o si la vida es el
único Dios verdadero” afirma un personaje de “Al abrigo del mundo”), pero tal
arraigo, paradójicamente, eleva los textos de Galache hacia ciertos estadios de
atmosférica flotabilidad (“Volar, sí, pero con los gastos pagados”, escribe en
“Volar”, epílogo del libro); es la de su prosa una lucha sutil entre gravedad y
volatilidad; un “conflicto” que irrumpe en el armonioso avanzar de los
aconteceres que engrosan la obra. Eso es lo que hace de Raúl Galache un inusual
realista; eso y el que creo que es otro rasgo característico de su prosa: su
manera de enfocar los argumentos. Es Galache un forjador de inusitados ángulos
narrativos: fija su atención en y desde los más infrecuentes terrenos
topográficos y sentimentales. También gusta nuestro prosista (como Berlanga en
el cine) de otorgar papeles relevantes a los personajes que se han visto
relegados en la letra impresa o en la vida a un papel secundario (Dulcinea, Marcela,
la Mili…).
Otro rasgo que aporta sin par valor a Torres sobre la arena es el concurso de
Raúl Galache García y de Alejandro González Segura como autor y prologuista
respectivamente, no en vano hallaremos en tan libresco espacio al más feliz
presente de la crítica literaria española: el tándem Segura-Galache, unidos
ambos en este volumen entrañable, metaliterario y fascinante.