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RECITAL DE EDUARDO VELÁZQUEZ GONZÁLEZ EN LA RIOJA POÉTICA

viernes, 4 de noviembre de 2016

por Diego Vadillo López



El pasado día 11 de octubre se desarrolló un nuevo capítulo de la larga serie lírica “La Rioja Poética”, un ciclo dirigido y apuntalado desde hace ya mucho por la poetisa y promotora cultural Rosario de la Cueva, quien evento tras evento crea una atmósfera harto propicia para la recitación que siempre acontece subsiguientemente. Decía el poeta Luis Antonio de Villena que la poesía de Joaquín Sabina se le antojaba menos lírica que algunas de sus canciones, cosa que comparto y que, asimismo, me ocurre con doña Rosario: sus discursos de presentación de los vates que por allí pasan poseen un componente poético que alcanza estadios de sublime lirismo fascinadores; en cambio, su poesía es más contenida, de un impecable corte neoclásico muy en sintonía con la propia sede del Centro Riojano de Madrid. La emoción la hallo más en las imágenes alucinadas, hondas y conmovedoras de las prosas líricas que son sus opúsculos introductorios a la obra de otros poetas, que en su misma poesía. Su poesía es pulcra, vívida, sincera… pero, a mi manera de ver, no logra en ella la emoción y el latido que erige en sus palpitantes discursos, portadores estos de unas imágenes de gran audacia tropológica y condensadoras de un notorio placer por acoger en el cenáculo que señorea diestramente a los más diversos e irregulares versificadores, sabedora de que, al margen del talento que estos porten, acuden con un número incuantificable de ilusiones en la faltriquera de sus respectivos sentimientos, muchos de los cuales trasvasan a sus piezas.

El recital del pasado martes siguió el guión habitual, doña Rosario presentó al poeta en cuestión (en esta ocasión tocaba el turno a Eduardo Velázquez González) apuntando cosas como que la poesía nos acogía en sus brazos entrañables aportándonos el resguardo oportuno cuando se trata de sortear las embestidas de un mundo agreste y emponzoñado en lo trivial. Y continuó apuntando que el poeta que posteriormente habría de proceder a la recitación se caracterizaba por una vocación tardía, pero sincera y reflexiva; que al final de los quehaceres profesionales había tenido a bien incursionar en el universo poético, dando rienda suelta a su vocación largo tiempo retenida, siguió afirmando De la Cueva, quien además parafraseó algunas apreciaciones de Jesús Urceloy, maestro y referente de Velázquez González: señaló detalles como que este poeta se caracteriza por su claridad, intencionalidad y desprendimiento, así como por su humildad, portando el lenguaje del hombre de la calle, a través del que consigue hacernos sus amigos desde el primer verso. Y siguió doña Rosario atrayendo más palabras de Urceloy como las referidas a cuando aquel aseguraba que Eduardo Velázquez González sigue las estelas del verso limpio y sonoro.

El poemario con el que Velázquez González debuta en el mundo de las bellas letras se titula “Cascarillas de sacapuntas” (Neopatria, 2016) y la mayor parte de los versos que recitó correspondían a él, sumándose a estos otros inéditos. El título se debe, según el autor, a que el proceso de creación se le antoja como sacar punta al alma, descascarillándola hasta llegar a lo esencial. Y es que, a su entender, el poeta viene a ser un fedatario de la resonancia que los sentimientos adquieren en su interior. El protagonista de la velada se definió como un grumete en el barco de la poesía, como un titiritero de palabras en pos de un paisaje emocional…

El recital dio comienzo de la mano de la rapsoda Celuchi Zambrano, que entonó/declamó tres de los poemas del libro “Cascarillas de sacapuntas”, de los cuales el más emotivo fue el último, “Despedida a mi padre”, una conmovedora y sentida elegía a corazón abierto.

De entre los poemas que recitó el propio Eduardo Velázquez González me llamaron la atención algunos como aquel que inspira el título del libro en el que apunta cosas como que el sacapuntas vomita volutas, mondas, espirales… antojándosele estas “mariposas disecadas”, imagen que comporta un indubitable rasgo de poesía.

En otro poema se definía como “un aprendiz en el oficio de vivir”… algo que, al cabo, somos todos.

Leyó también otro poema dedicado a su hijo, que hubo de emigrar, pieza de la cual me llamaron la atención unos versos que decían algo así: “veo sin mirar/ aunque miro y no veo en la distancia”. De otro no me pasó desapercibido este pasaje: “Nunca aprendo a volar sin las alas de mis versos”. Y de otro, “Sonajero de estrellas”, aprehendí imágenes como: “collar de hilo de plata/ que ensambla estrellas”. Otro más que me gustó por lo tierno fue “Los reyes de mi niñez”, ambientado en otro tiempo, cuando no había la capacidad adquisitiva de hoy, ni siquiera la posibilidad de endeudamiento, ni la destinación de los caudales a fines que no fuesen fundamentalmente utilitarios, circunstancias que hacían que se disfrutase con poco… (o con mucho, según se mire).

En ese punto se produjo un interludio entre los poemas antes referidos y los últimos que recitó Velázquez González, ya que su amigo (y compañero de trabajo cuando ambos eran empleados de banca en tiempos en los que vieron fenecer al Banco de Vizcaya y al Zaragozano) José Francisco cantó guitarra en manos y con aire de folk-singer una pieza que el protagonista de la velada había concebido tras un viaje a la Patagonia profunda; dicha pieza tenía un estribillo que decía: “He transitado caminos/ que solo en sueños pisé”, antojándoseme un tanto machadiano.

Tras los últimos poemas recitados por Velázquez González después de la actuación de su amigo y excompañero de fatigas, doña Rosario de la Cueva instó a los asistentes a que acudiesen a degustar un vino de Rioja en lo que es ya una tradición en las veladas del ciclo “La Rioja Poética”.
 
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