MINI
CÁPSULA DE LA MORALIZACIÓN DENTRO DE UN TEXTO LITERARIO (Artículo)
Alexander
Anchía Vindas
Escritor
y profesor de la Universidad Autónoma de Centro América
Cuando,
siendo un infante, los maestros me enseñaban ese sub-género literario conocido
como fábula, se decía que al final de esta siempre había de hallarse una
moraleja. Y si hay algo que se le debe agradecer a estos tiempos posmodernos, a
los que poco podemos agradecer, es la propiciación de un rompimiento de viejos
esquemas que incluye la emergencia de modelos constructivistas y de aún más
novedosa pujanza en los que apoyarnos.
La fábula antigua, antes de que ser
“desvirtuada” por la televisión, tradicionalmente se daba como una permanente
prosopopeya, merced al otorgamiento de facultades completamente humanas a los
animales. Antes de las máquinas, los animales reinaban, y siempre se esperaba
que al final de toda la historia existiera una moraleja.
Este modelo lo rompió en parte el
escritor guatemalteco Augusto Monterroso, quien remozaba lo que podía
concebirse como la fábula antigua, generando antihéroes henchidos de ironía,
muy alejados de contribuir a aportar una moraleja final.
En todo taller literario que se
asuma como serio se insiste en el peligro de caer en la moralización a través
de un texto literario (relato, novela…), pues tal cosa encajaría mucho mejor en
el género ensayístico, donde, a través del procedimiento argumentativo, es
válido defender una posición determinada acordes a las convicciones del autor.
Sería el ensayo un género donde cabe
mostrarse tal cual se es sin hipocresías de por medio.
En el momento que se recurre a la
moralización dentro de un relato o una novela se cae en el aletargamiento; si
se está frente a un lector inteligente se planteará un desafío, en el que el
escritor puede salir perdiendo y el lector procederá a regalar el texto a una
biblioteca pública o bien al reciclaje. Si no se está ante un lector cultivado,
este sentirá una desaceleración en el texto que está leyendo y la trama
experimentará pasajes sumamente densos.
Pero toda regla tiene una excepción,
y tal mención la logra con creces El
Retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, donde el autor convierte la novela
en toda una enseñanza moral, pero sin señalar aspectos puntuales, sino
imbricando la trama en una enseñanza, que al final el lector puede interpretar
de diferentes modos, como que no se deben cambiar las circunstancias naturales.
La lectura final sería a grandes rasgos que buscar la inmortalidad o la fuente
de la eterna juventud por medios no naturales o artificiales no generará la
inmortalidad, un tema viejo y recurrente que viene desde los Cantos de Gilgamesh en la antigua
Mesopotamia.
Oscar Wilde esboza aspectos de
frivolidad, de decadencia; genera muchos subtemas inspirados en la sociedad de
la Inglaterra del período Victoriano, lleno de hipocresías y prejuicios, en los
cuales el propio autor participaría. Todos esos subtemas entrelazados conducen
hacia una moraleja final de forma inevitable.
Wilde en medio de una sociedad muy
cuadriculada, como era la Inglaterra de este período, presenta una relación de
personajes atormentados, acechados por el morbo de la falta de valores, hilo
conductor de la novela hasta llegar al desenlace final con el rostro final de
Dorian Gray desconocido y viejo, vuelto a su estado natural.
Como conclusión o mini cápsula de
taller diremos que si no se tiene un talento similar al de Oscar Wilde no
conviene moralizar. El autor británico decía que para escribir un libro solo
bastaban dos cosas: “tener algo que decir y decirlo bien”. La moralización le
quita vuelo y vida propia a los personajes. Ellos acaban teniendo vida propia y
no conviene atarlos en exceso a los principios de uno.