Por ALEXANDER ANCHÍA VINDAS
Corrían
los años noventa en mi país, cuando cierto diario de circulación nacional sacó
unos libros en formato periódico llamado Periolibros. No pude comprar toda la
colección, pero como muchacho aún adolescente compré el que tocaba ese día y el
título del Perio-Libro era Poemas
Humanos, un hombre delgado sosteniéndose el rostro en sus manos era la
foto que había y su autor era Cesar Vallejo.
Tomé
el libro Poemas Humanos no comprendiendo en ese momento su
trascendencia, el barranco que implica lanzarse en picada tras los pasos del
Verso Libre. Pensaba: “Este es uno de esos locos que escriben para sí mismos”.
A
lo largo del tiempo durante mis veinte y el inicio de los treinta años, viví
con los prejuicios sobre Vallejo: que si se trataba de un autor muy denso que
quizás escribía para sí mismo… y todo eso.
Pero
¿por qué el joven Anchía no habrá entendido a Vallejo en los albores de su
creación, y así muchos jóvenes creadores costarricenses de ese entonces?
Primero de todo es necesario comentar que los textos humanísticos de aquel
entonces en las universidades costarricenses solían asociar a los autores
relacionados con el descubrimiento de América y a ciertos escritores en boga
latinoamericanos. En aquel tiempo, poetas como Neruda, como Octavio Paz y como
Cesar Vallejo estaban de moda; también comenzaba a florecer la novela histórica
en aquellos días, por ello El Arpa y la Sombra, de Alejo
Carpentier era sin duda un libro de consulta, luego La fiesta del Chivo, de
Vargas Llosa, Gringo Viejo, de Carlos Fuentes… por citar
algunos.
Ya
desde ese entonces se forjaba en el imaginario popular que la Poesía era un
arte obsoleto, decadente y elitista apenas para unos cuantos devotos; tal
premisa fue creciendo y pasando a ser casi una ley científica conforme se
asentaba este tiempo banal y posmodernista en el que transitamos.
Yo
crecí de espaldas a Vallejo,
influenciado por otras corrientes, pero, sin querer, compartiendo con
Vallejo una vida interior atormentada por la incomprensión de crear poesía en
un mundo lejano a ella, con la sensibilidad hacia el dolor propio y colectivo,
adentrándome gracias a mi maestro el escritor Alvaro Mata Guillé por los
caminos del verso blanco.
Luego,
muchas cosas de la biografía de Vallejo las viví, de algún modo, igual sin
conocer a fondo de su obra; seguí buscando al interior del ser humano, de sus
contradicciones, de sus apuestas. Vallejo, lobo solitario fue sin duda un gran
humanista, un incomprendido, profundamente torturado por la condición humana,
ya los poetas dejaron de vivir las luminarias de siglos anteriores y se retorcían
en su profunda soledad.
No
fue sino hasta el reciente Encuentro de Poesía “Tras las Huellas del Poeta”,
realizado en Chile, cuando un nuevo amigo de la poesía el poeta argentino
Fernando Gabriel Vaschetto, quien en un baño público camino del Valle del Elqui
llamó mi atención diciendo que mi poesía le recordaba a la de Vallejo.
Sus
palabras causaron un eco de días que no comprendía, pero que me hicieron caer
en la cuenta. Después, un día, tras regresar de Chile, se concatenaron factores
y un providencial correo de Ciudad Seva, sitio web que dirige el portorriqueño
Luis López Nieves, llegó con la explicación necesaria, era un poema de Vallejo,
“Los Heraldos Negros”, y así como en el pasaje bíblico de Emaús, los discípulos conocieron el rostro del
Maestro, fue hasta ese momento en que comprendí que todos estos años en mis
espaldas cargué las huellas del maestro oculto y copio parte de ese poema que
me hizo ver y comprender por quién estuve influenciado tantos años. Salve
Maestro Vallejo por toda la eternidad:
“LOS HERALDOS NEGROS
HAY GOLPES EN LA VIDA, tan fuertes... Yo no sé.
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... Yo no sé.
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como un charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!”
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... Yo no sé.
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como un charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!”