Ha salido a la luz el número 36 de la
revista Sfera Eonica, correspondiente a octubre de 2016 y en ella se ha
incluido un emotivo recuerdo por parte de nuestro colaborador Diego Vadillo
López del malogrado pintor y escultor Pablo
Angulo, a quien tuvo ocasión de conocer durante una entrevista en su taller
con el objeto de recabar datos para su Tesis Doctoral.
Pablo Angulo y Diego Vadillo López durante la entrevista que el segundo realizó al gran artista plástico |
Pablo Angulo muestra una de sus obras al pastel |
Reseña de Diego Vadillo López en recuerdo de Pablo Angulo publicada en el nº 36 de la revista" Sfera Eonica" |
En
recuerdo del artista plástico Pablo Angulo
Diego
Vadillo López
[Publicado
en la revista Sfera Eonica, nº 36,
octubre de 2016, p. 10]
Conocí a Pablo Angulo el día 13 de mayo de 2013
por la tarde en su taller de la madrileña calle Valderribas. Me cité con él a
instancia del también artista Benito Lozano, a quien ya había entrevistado en
el marco del trabajo de campo para mi tesis doctoral, toda vez que me interesaba
conocer de primera mano las consideraciones de las gentes dedicadas a las artes
plásticas acerca de la relación del artista contemporáneo con los oficios
tradicionales.
Angulo
me recibió muy amablemente, solícito por demás cuando de atender a las preguntas
que le iba a formular se trataba. Y ciertamente me aportó muy interesantes
reflexiones en aquel diálogo, pues concebía su dedicación de una manera muy
profunda, no en vano se había criado en una atmósfera muy artística, al ser hijo
del célebre escultor José Torres Guardia.
Me
apuntaba que no sabía dónde se podía hallar el arte ni qué era ser artista en
términos genéricos, optando por considerarse cosas más precisas y constatables
como pintor, escultor o, sobre todo, dibujante. También me decía que llegó al
mundo del arte a raíz de atravesar por una serie de “circunstancias vitales”:
“por desafectos, por depresiones, por tristezas…”, pero lo que él en verdad
quiso ser antes de decantarse por la práctica artística fue escritor: “quise
ser escritor y me di cuenta, afortunadamente, un día de que no sería capaz; de
esto sí soy capaz, es un trabajo que concibo y que puedo realizarlo”.
Se
sorprendió un día casualmente comprobando sus propias capacidades y destrezas artísticas,
sus potencialidades, cuando vio que podía “dibujar con la materia”,
controlándola y llevándola allá donde deseaba.
También
me apuntó Pablo Angulo que para él resultó fundamental una primera aceptación
por el pintor Pepe Díaz de cara a afianzarse como artista plástico.
Y
una vez decantado hacia dicha deriva, me aseguraba que sentía la artística
dedicación como una profesión, como un oficio, remarcando asimismo la
importancia de la sistematicidad y la disciplina.
No
obstante, Angulo nunca se encontró muy alejado del arte, pues había desempeñado
anteriormente trabajos afines, como el de diseñador gráfico, elaborando
carteles de rock o portadas de discos.
En
aquella agradable tarde en su acogedor taller, se lamentaba nuestro artista del
autoritarismo con el que en la actualidad está manejado el arte: “la pintura ha
tenido muchos problemas —me decía—, porque hay unos mercados que se deciden por
unos pocos, que son los que concluyen hacia donde camina toda la historia y les
va bastante bien, porque, además, vivimos en una época de modas”.
Angulo,
conocedor o presentidor, mejor, de ciertas esencias de la práctica artística,
no renunciaba a mantenerlas vivas en su creativo proceder. Reivindicaba en el
artista “el placer de trabajar” y, aunque consciente de dónde están los límites
del arte, le otorgaba una trascendencia que lo separaba de otros rudimentos de
la vida: “creo mucho en que por la inframateria nazcan cosas y creo muchísimo
en la magia de la pintura… y en un dibujo de nada… creo muchísimo. Un dibujo no
va a salvar el mundo ni va a cambiar las ideas de nadie, pero yo creo en esa
magia todavía…”.
A lo
largo de aquella tarde obtuve ideas muy sustanciosas que, a la postre,
trasvasadas a mi doctoral trabajo, me fueron muy útiles; también obtuve
magníficos documentos gráficos de su taller, en el que todos los flancos
denotaban el oficio que esconden las maravillas de esa creatividad que acostumbra
a ocupar los diversos recintos donde se expone el arte.
Antes
de despedirnos, Angulo me obsequió un ejemplar dedicado del libro al que había
aportado las ilustraciones que acompañan a los textos de Andrés Barba, el Libro de las caídas (Grabaciones
Necesarias, 2006). Quedamos en que en otro momento nos volveríamos a
entrevistar para colaborar en algún proyecto. Pasó el tiempo y yo seguí
embebido en otra serie de cuestiones que acaparaban mi tiempo y dedicación, y
cuando un conocido común me enteró no hace mucho del fallecimiento de Angulo en
2015 quedé consternado, no pudiendo menos que lamentar tan luctuoso desenlace,
máxime tratándose de un artista tan joven y talentoso, del que tan buen
recuerdo albergo pese a nuestro breve encuentro.
Quede
este escrito como homenaje a la memoria de Pablo Angulo.