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EL TIEMPO TODO LOCURA

jueves, 30 de marzo de 2017


Manuel Moraleda Pérez
Fotógrafo
(www.manuelmoraleda.com)


La relación entre literatura y fotografía siempre me ha fascinado, no sólo por la idea de la hermandad de las artes, de la cual se nutre, y que es uno de los motores de la propia evolución del arte, sino también por las posibilidades que esta unión ofrece. A simple vista es fácil caer en la tentación de pensar que cuando unas fotografías acompañan una obra literaria éstas sirven únicamente de referente, o bien son utilizadas para plasmar la exactitud de la que carecen las palabras. Pero nada más lejos de la realidad, la imagen en contacto con las palabras abre nuevas ventanas a las que asomarse. De este modo las fotografías del argentino Héctor Zampaglione referente a la obra cumbre de Cortázar (“El París de Rayuela: Homenaje a Cortázar”), o las imágenes neoyorquinas, en clave Lorca, que hizo el leonés José Antonio Robés (“Poeta en Nueva York -cita en Manhattan-”), son tan sólo una pequeña muestra de lo que antes comentaba. En este sentido, y mucho más ambicioso desde un punto de vista editorial, encontramos la mítica colección “Palabra e imagen” de la Editorial Lumen, que trata de establecer un diálogo entre los escritores y los fotógrafos. Dicha colección fue creada por los hermanos Óscar y Esther Tusquets, compuesta por veinte títulos con una cuidadísima edición, el primero del año 1961 y el último de 1985, cuyo testigo ha recogido hoy en día la Editorial La Fábrica. En este contexto en junio de 2013 autoedité mi libro “El tiempo todo locura”, un compendio de 19 relatos breves acompañados de varias fotografías en blanco y negro, cuyas protagonistas se buscan a sí mismas, cada una a su manera, y según sus propias posibilidades.

A continuación acompaño al presente artículo una de estas historias, titulada “Viaje”.


Nahia no persigue ningún otro sueño más que conocerse. Le estimula cada nueva ocasión a la que se enfrenta, como un regalo de la vida, porque detrás de cada aproximación hacia sí misma halla siempre un reto distinto, una perspectiva diferente desde la que mirarse, una nueva motivación. De ahí que vea en el viaje el modo más inmediato de descubrirse en cada lugar que visita, en cada persona con la que comparte un tiempo y una esperanza. Abre los ojos a la realidad como si la estuviera describiendo, como queriendo hacerla suya. Viaja sola. Cada nuevo país es una respuesta a una pregunta. El mar la obsesiona, el desierto la hace enmudecer, una ciudad la interroga, un pueblo la llena de humanidad. Entre tanto, su corazón se va poblando de nombres, fechas, emociones, instantes. Nahia asume la frase «Hoy es siempre todavía» como su propio anhelo. Nunca ha temido alejarse de su destino, ni mucho menos extraviarse, tampoco le incomoda la soledad, pues sabe perfectamente que si en algún momento está perdida no tiene que seguir caminando, sino esperar a que al final alguien la encuentre.
 
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