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DANIEL TORRES: "'LOS TRES GOLPES', DE LUIS NEGRÓN" (ARTÍCULO)

viernes, 20 de enero de 2017

LOS TRES GOLPES, DE LUIS NEGRÓN

Daniel Torres
Escritor, catedrático de Literatura en la Universidad de Ohio y crítico literario

El escritor puertorriqueño Luis Negrón es muy conocido por su colección de cuentos Mundo cruel (2010), la cual ha tenido varias ediciones en Puerto Rico, Centroamérica, Argentina y España, y se ha convertido en un bestseller de la novísima literatura puertorriqueña.  Su traducción al inglés fue galardonada con el prestigioso premio Lambda Literary Award en 2013. El autor es de oficio librero y de formación, periodista y crítico de cine. Trabajó en la Librería Mágica en Río Piedras, donde coordinó memorables presentaciones de libros, y ahora labora en Libros AC, en Santurce, tal vez la librería más importante de la isla del encanto.  Sus cuentos han sido llevados al teatro y al cine. 
            Con Los tres golpes nos adentramos en el mundo de la crónica.  Se trata de un breve cuaderno de apenas 52 páginas, en formato de 7 x 4 pulgadas (18 x 10 centímetros) para la emblemática Serie Literatura/Hoy del Instituto de Literatura Puertorriqueña, editada por Ángel Antonio Ruiz Laboy y Carmen Rodríguez Marín.  La portada tiene el dibujo de un semáforo en tinta china suspendido sobre un cable que atraviesa la página de color sepia anunciando esos cambios de luces para que el tráfico de historias continúe, ceda o se detenga.
            El libro consta de un “Preludio” y tres crónicas: “La 20”, “Nubes” y “Los tres golpes”.  El epígrafe del poeta peruano César Vallejo (“¿Es para eso que morimos tanto?/¿Para sólo morir,/tenemos que morir a cada instante?”) convoca y cuestiona el propósito de nuestras muertes cotidianas porque para eso tenemos que morir tanto y en cada momento.  Esto lo explica el cronista en el “Preludio”, donde nos habla de Frank, “el padre del difunto”, refiriéndose al velorio organizado a distancia por un dominicano indocumentado que vive en Puerto Rico y no puede volver a la República Dominicana para asistir al funeral de su hijo que murió ahogado.  Desde la otra Antilla, hace una ceremonia de recordación con sus vecinos, bebe “de una botella cubierta con una bolsa de papel” y los vecinos llegan en silencio, posan la mano en su hombro en acto de solidaridad y condolencia. “Sobre la bocina de un estéreo… está la foto del muerto en un marco” nos narra Negrón en esta desgarradora crónica de tres páginas donde la incomprensión de los puertorriqueños, ante la imposibilidad de los dominicanos de volver a su isla a llorar un hijo muerto, habla de la apatía hacia la diáspora y todas sus implicaciones: “Solo los que son puertorriqueños asienten. Los dominicanos no le dicen nada”. Como reacción al comentario impertinente de una señora: “no entiende a ‘esa gente’, que si a ella se le muere un hijo, se va nadando a donde sea”.
            “La 20” es una crónica del área urbana de Santurce en San Juan, la capital de Puerto Rico, y se refiere a la parada número 20 en el barrio que retrata Negrón en su escritura.  Barrio cangrejero que desde la colonia española se conocía como “Cangrejos”, y donde se mezclan clases sociales en dos avenidas, la Juan Ponce de León (nombre del conquistador y primer gobernador) y la Manuel Fernández Juncos (nombre de un intelectual de los siglos XIX-XX), dos arterias paralelas que comunican el área de Hato Rey con la isleta de San Juan, y el casco antiguo, retratando diversos personajes.  En el delicioso lenguaje callejero y popular que caracteriza mucha de la prosa de Negrón, esta crónica documenta la conversación del escritor con un muchacho, “el poeta de la 20”, porque compone canciones. Se admira la ciudad descarnada de noche por medio de personajes como el interlocutor: “El poeta no trabaja.  No tiene identificación, no tiene cómo conseguirla, dice; no sabe adónde hay que ir a solicitarla. Siempre me dice que esta semana va”. Hay una incertidumbre y una imprecisión deliberadas que describen esos paseos nocturnos en los que el escritor se embarca en la búsqueda de sus personajes, a la manera de Pirandello. 
            En “Nubes” vamos a Costa Rica, a través de una crónica de viaje que no es lo que parece ser al principio, el relato del encuentro con un gran amor.  En Luis Negrón hay esa distancia brechtiana del sentimiento, donde el narrador no se compromete para llevar el relato hacia el espacio de una historia de amor.  Se desplaza de este centro primordial hacia el encuentro con un chico costarricense que lo acompaña en su viaje de San José a Nubes.  El viajero toma nota mental de las coincidencias entre el paisaje de Puerto Rico y Costa Rica mientras el autobús que lo transporta avanza por la carretera.  Este encuentro fortuito lo hace desviarse de su destino original, Nubes, y parar en Coronado, el pueblo del chico que lo ha confundido con cubano, por el acento, y con quien va estableciendo una relación de palabras. Compara Coronado con su pueblo natal, Guayama, por la iglesia.  Caminan por las calles, toman café y fuman.  La negociación de la identidad sexual en esta crónica habla de los códigos que se manejan entre hombres para comunicar un deseo masculino particular en un contexto hispánico, donde el personaje le pregunta al escritor si es gay, y lo hace “bajito, mirando a todos lados”.  Porque “Costa Rica es famosa por lo democrática que es, pero también es tercamente católica y conservadora” como comenta el narrador.  “Nubes” le sirve para hablar de su vida, del idealismo de los años 80, de sus estudios en un colegio universitario en el Bronx, en Estados Unidos, como parte de la diáspora boricua hacia la ciudad de los rascacielos. Y sobre todo narrar la otra historia fallida de un gran amor: “Yo estaba perdidamente enamorado de él. Todavía no había admitido mi homosexualidad y mi silencio era doble”. Curioso que ahora que en Costa Rica existe la posibilidad de otro amor, renuncia deliberadamente desde el principio y por principio: “Regreso al hotel adivinando ya la rutina que me espera al regresar a casa.  Anticipo cómo se irá deshaciendo con la distancia la fascinación de ese encuentro breve”. Mira la foto de Carlos, como se llama el chico, la guarda en la billetera, pero no lo llama para despedirse.
            La crónica que da título al libro, “Los tres golpes”, recoge las impresiones de otro viaje, esta vez a la República Dominicana, cerrando el círculo de diásporas y desplazamientos geográficos que se inicia en “Preludio” y continúa en “Nubes”.  “Los tres golpes” es el nombre de un restaurante en Santo Domingo que visita el escritor para participar en la Feria Internacional del Libro.   Al hablar de esta ciudad cita al ensayista cubano Antonio Benítez Rojo, “el Caribe no es un  mundo apocalíptico”, en relación a la delicia caótica que son las ciudades caribeñas de San Juan, Santo Domingo y La Habana.  Es un caos aparente que determina otro orden preciso: “San Juan es un grupo de carros que transitan por todos lados”, “La Habana la caminan los cubanos igual que muchos dominicanos, a pie”. En esta crónica se narra el encuentro con un académico extranjero interesado en su obra en ese famoso restaurante de Santo Domingo llamado “Los tres golpes” por su relación con “el plato tradicional de tres porciones diferentes” que es “como el registro en la era de Trujillo que todavía permea el imaginario dominicano”.  Así también el libro se titula Los tres golpes porque nos entrega tres porciones diferentes de historias acerca de nuestro Caribe, precedidas por un preludio que apunta desde el principio hacia nociones de raza, género y diáspora, vitales para comprender el libro.
            En esta crónica, Negrón hace gala de la prosa incisiva a la que nos tiene acostumbrados a sus lectores de Mundo cruel. Reflexiona sobre las contradicciones de ese Caribe, uno y diverso, en islas que se repiten, como también dijo Benítez Rojo, y presenciamos los complejos de inferioridad de personajes que tratan de ser y vivir lo que no son. Ése es el caso del muchacho mesero que esta vez conoce el académico en el restaurante y como paralelo a la relación del escritor con Carlos en “Nubes”, aquí el académico representa ese turismo sexual que puebla las noches de las ciudades antillanas. El mesero de “Los tres golpes” que acompaña de bares al escritor y al académico extranjero manifiesta la incomodidad racial y socioeconómica de estar y ser parte de diversos espacios isleños: “Al fin entramos al casino. El muchacho sonríe como nunca, llamando desesperado a las meseras, exigiendo con sus gestos, como los de su jefe, el del dedo blanco, que se nos tome la orden de inmediato o se nos traiga otra ronda”.

            Luis Negrón en Los otros golpes rompe el silencio de seis años desde la publicación de Mundo cruel, con sus múltiples ediciones, para entregarnos un libro de crónicas donde confirma un lugar primordial en la literatura de Puerto Rico y el Caribe. Negrón es uno de los maestros del arte de observar y narrar nuestra realidad tal cual, sin tapujos ni adornos de ninguna clase matizado por un lenguaje fino y directo que evidencia a las claras que estamos ante uno de los escritores de quien esperamos nuevas entregas con expectación y satisfacción porque su verbo confirma que todavía queda mucho por decirse desde este lado del Atlántico.


 
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