Daniel Torres
Escritor. Catedrático de Literatura en la Universidad de
Ohio
Uno de los mejores ejemplos de écfrasis
en la poesía escrita en español es la descripción en palabras que hiciera el
poeta novohispano Don Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700), en su poema
“Primavera indiana” (1668), de la
imagen de la Virgen de Guadalupe, Patrona de América, en las siguiente octavas
reales:
Hácelo así, y al descoger la manta,
fragante
lluvia de pintadas rosas
el
suelo inunda, y lo que más espanta
(¡oh maravillas del amor gloriosas!)
es ver lucida entre floresta tanta,
a expensas de unas líneas prodigiosas,
una copia, una imagen, un traslado
de la Reina del cielo más volado.
Soberana Pandora de las flores
quedó María, a cuyo obsequio dieron
esas del prado estrellas los colores,
que a influjos de la aurora recibieron:
la púrpura el clavel, y los candores
la azucena y jazmín no retrujeron,
lo azul el lirio, y para más decoro
desprendió Clicie sus madejas de oro.
A través de la
transcripción en palabra poética de escultura, pintura, arquitectura y
fotografía, en el poemario “Al amparo de unos dioses ajenos” del poeta
Guillermo Arróniz López (nacido en 1977) asistimos al verbo que se hace imagen
y viceversa continuando esta tradición que hemos citado en los versos de
Sigüenza y Góngora. Francisco de Quevedo
nos dice “Desde la torre [de Juan Abad]”: “escucho con mis ojos a los muertos”,
en uno de los tres epígrafes que enmarcan este cuaderno de poesía. Gerardo Diego refuerza esta idea al decirnos
en “Ángeles de Compostela” que “sueña la gárgola a cántaros” en el segundo
epígrafe, y Unamuno finiquita la idea al comentar en el tercer epígrafe sobre
“El Cristo de Velázquez”: “Y Tú la infinidad de Dios acotas en el cerrado
templo de tu cuerpo”. Las citas de
estos tres poetas se refieren a imágenes visuales que se hacen verbo en sus
versos y son el modelo definitivo para Arróniz López. Las mismas le sirven para continuar una
actividad que ha explorado en trabajos poéticos anteriores, en los cuales se ha
valido de la tradición de la écfrasis o el acto de cifrar en versos imágenes
pictóricas para hacer “ars poética” de obras de Arte. Se trata, pues, de “escuchar con los ojos”,
“soñar la gárgola”, y “acotar en el cerrado templo de un cuerpo” para seguir las
instrucciones de Quevedo, Diego y Unamuno que le sirven de guía a Arróniz López
en homenaje a la gran poesía española según ha hecho en su poética neobarroca
(Quevedo-Arróniz López) que expande aquí a la Generación del 98 (Unamuno) y a
la Generación del 27 (Diego). Hay en sus
versos olor a viejo renovado en un lenguaje contemporáneo que se regodea en la
belleza de los cuerpos y las imágenes que convocan.
Se
está a merced o “Al amparo de unos dioses ajenos” como el título advierte a los
lectores. Los poemas están al amparo de
esos dioses que no le pertenecen, que son ajenos, pero de los que se apropia al
describir de manera magistral. La fotografía de Qviron Lethebain que sirve de
portada al libro muestra una interpretación contemporánea de San Juan Bautista,
en la que el torso de un hombre desnudo mira hacia arriba en arrobo
místico. El soneto “Cubre tu rostro con
un velo, y esparce cenizas sobre tu cabeza” describe este efecto: “Un Cristo
puro antes del martirio,/la rosa de la carne masculina,/un cuerpo de memoria
muy divina,/y miembros como músculo de lirio”.
La precision de este cuerpo masculino entregado a la mística aparece
aquí descrito como una “rosa de la carne masculina” por su belleza y
concentración religiosa que amplía en un verso posterior que continúa el
soneto: “No refleja la luz pues es el cirio,/la columna de amor sin una
espina”.
“El
Calvario” del pintor barroco José de Ribera (El Españoleto) en la Iglesia
Colegial de Osuna es motivo de uno de los poemas que lidia con la pintura:
“Pureza tan azul, inmaculada,/no vieron ni verán tierra ni cielo./ Pureza
traspasada por el duelo/de Madre ante la vida derramada”. La descripción de ese azul que cobra la
intensidad del dolor de una madre ante la muerte de su hijo [“traspasada por el
duelo”] es comparada con el rojo del
“cárdeno de Juan está encendido”, al describir la figura de Juan, el
discípulo amado, quien en el cuadro lleva a su mejilla el manto rojo sangre de
Cristo crucificado. La tercera figura
del cuadro, la María Magdalena, aparece descrita de la siguiente manera: “Cubierta
por el manto (y arrastrada)/dorado como un sol de terciopelo/que muere en el
desierto, puro anhelo,/contempla la mujer enamorada”. Y al morir en la cruz el Cristo lleva “sólo
paño, carne y luz”. El “chiaroscuro”
barroco de Ribera en esta imagen de la pasión está cifrado en el soneto de
Arróniz López como un momento de luz en medio de la oscuridad del dolor de la
Pasión en tres figuras sacras: María madre, Juan discípulo amado y María
Magdalena enamorada. Siempre en los versos de “Al amparo de unos dioses ajenos”
hay una tensión particular entre lo erótico y lo místico en el momento mismo de
la entrega. Como vimos antes en la
fotografía que reinterpreta al Bautista, de Qviron Lethebain, y en las palabras
del poeta que hace una écfrasis de la imagen que se representa.
Un
buen ejemplo de arquitectura traspasada a palabras es “Catedral de León” donde
el hablante lírico describe la combinación de piedra y vidrio del gótico por
donde el sol se dispara “como un arcabuz” y esos rayos bajan “por besar la Cruz”
creando “un mundo lúcido y denso”. Y le
habla directamente al edificio y su maginificencia en un momento de
personalización de la estructura: “Eres de roca clara y emociones,/encrucijada
antigua de caminos”. Es el lugar donde
los peregrinos antiguos paraban a meditar y a continuar su viaje, de ahí el
concepto de la catedral como “encrucijada” o cruce de caminos poéticos. Hay una
exquisitez en estos poemas, la gran mayoría sonetos contemporáneos que compiten
en perfección con la tradición italiana que pasa al Siglo de Oro Español y que
hacen de Guillermo Arróniz López, en pleno inicio del siglo XXI, un heredero
directo de los clásicos. El poeta añade
con su verbo toda la cadencia de las imágenes de un pasado y un presente que
coinciden en la textura de sus versos.
La
escultura “San Sebastián” de Berruguete en el “Museo Nacional de Escultura” de
Valladolid es motivo de uno de los mejores poemas de este poemario. La tensión a la que nos hemos referido antes
con respecto a erotismo y mística, en el poema dedicado a la fotografía que
reinterpreta a San Juan Bautista de Qviron Lethebain, se reitera aquí en la
escultura del santo que ha sido reclamado por una colectividad LGBT
contemporánea como patrón de una cofradía moderna: “Perverso como un ángel sin
conciencia/velaba su lujuria en el martirio,/más era un negro ardor, un frío
cirio/de fuegos que retaban a la ciencia”.
Aquí la coincidencia barroca de contrarios u opuestos (calor/frío)
aparece descrita en paradigmas aparentemente contradictorios (perverso/ángel),
(lujuria/martirio), y ese reto a la ciencia misma. El soneto se resuelve así: “No hay flechas
que lo libren del pecado:/en él todo el deseo es consumado”. Las flechas horadaron su carne y fueron
posiblemente ese “deseo consumado” que vive en la tensión perenne de Mística y
Erótica. Es interesante notar que las
flechas de esta escultura presumiblemente se han caído y el hablante lírico en
su verso completa la obra de arte al interpretar que como las flechas no se
ven, no hay martirio certero, y el gesto de este “San Sebastián” de Berruguete
en realidad es todo de deseo consumado…
Con
estos cuatro ejemplos de poemas en “Al amparo de los dioses ajenos” podemos
apenas atisbar que el verbo de Guillermo Arróniz López se alimenta de una
tradición de la écfrasis para crear miniaturas de poemas donde a través del
soneto y el romance bebe en la poesía áurea española para entregárnosla
renovada entre verbo e imagen.