Por Diego Vadillo López
Crítico de Arte y Literatura
Crítico de Arte y Literatura
El
pasado viernes 8 de noviembre, recién llegado el frío a nuestra “piel de toro”,
los amantes de la poesía hallamos sin par refugio en la tertulia poética del
Centro Riojano de Madrid, señoreada por doña Rosario de la Cueva desde hace
largo tiempo sin que el ánimo de esta se haya resentido un ápice desde que la
conozco, toda vez que la ilusión y el hondo sentimiento lírico residen en lo más
profundo de esta dinamizadora cultural que da cobijo a los poetas y a los
allegados a la poesía en general, consiguiendo que quien tenga a bien asistir a
cualquiera de los eventos de tan luengo Ciclo se sienta a resguardo, durante el
tiempo que allí permanece, del más adverso temporal. En aquel lugar se para el
tiempo y se genera una atmósfera extraña, edificante, sublime al margen de la
calidad literaria de lo recitado, y es que el poso de tantas encantadoras
veladas habita indeleble en el ambiente.
Como suele ser habitual, en la
velada que aquí referimos, doña Rosario nos embelesó una vez más con uno de sus
tan característicos opúsculos relativos al tenor de la obra del poeta que a
continuación de sus invitadoras palabras va a comparecer. En esta ocasión le
tocaba el turno a José María Garrido, un vate con rostro y envergadura
pugilísticos, cuya voz poética mostró estar muy emparentada con lo etéreo,
reducto que configura a través de unas piezas líricas acreedoras del más hondo
componente sinestésico, que las hace emparentar por momentos con lo
supramaterial, ámbito desde el que a veces la mirada se muestra pesimista, en
ocasiones apocalíptica, en algún momento tierna, en muchos instantes
nostálgica, pero siempre serena, dado que un incorpóreo, y, paradójicamente a
flor de piel, punto de vista condiciona el tono de los poemas de Garrido por la
distancia contemplativa que interpone. Rosario de la Cueva definió la poesía de
una manera que sería claramente aplicable en concreto a la brotada del alma de
Garrido: “un don inefable que brota en la parte interior del yo”.
La lectura de los poemas de José
María Garrido fue llevada a cabo por Adoración Rosado Merchán, “luz de los ojos
de Garrido”, quien recitó poemas en su mayor parte pertenecientes a poemarios
inéditos. Desde el primer momento de la récita comenzó a brotar de los versos
el susurro de una voz poética apacible y sugerente, meramente asida a lo
terrenal por un leve hilillo de consciencia suficiente para apresar tantas
imágenes sustentadas en última instancia en el hálito del espiritual
contemplador. Ejemplos de las secuencias a las que nos referimos son “remansos
de luz efervescente”, “es la opresión sorda del vacío”, “deliro con tu sombra
que me oprime/ mientras muero al respirar tu ausencia”, “vestidos por la
niebla”, “siento el frío de la ausencia que me envuelve”, “el caos es mi ropa,
el silencio mi almohada”. También el vacío es escrutado en lontananza:
“esperando un futuro ya desierto”, “una mirada casi ciega/ que contempla todos
los vacíos”. Asimismo, el poeta hacía gala a lo largo de muchos de sus versos
de una cierta angustia cronológica emparentada con el tópico del “tempus
fugit”.
También recitaría algunos de sus
versos, en lo que supuso un hemistiquio en la recitación de los versos de
Garrido, Adoración Rosado Merchán, en tanto que el propio Garrido preparaba algunos otros
de los propios para cerrar el acto. Adoración leyó piezas como “Madera”,
dedicada a su padre, “A mi abuela” (huelga aludir aquí a la protagonista del
mismo), “Ausencia”, un tributo a un malogrado primo de José María Garrido, u
otro sin título dedicado al chocolate, de gran carga irónico-humorística. La
voz poética de Rosado Merchán contrastaba encantadoramente con la de Garrido,
resultando de la mezcla un conjunto semejante a algunos cuadros de El Greco,
que transcurren entre los ámbitos terrenal y celeste.
El acto alcanzaría su fin con la
lectura de un poema de Garrido dedicado al hijo de Rosado Merchán cuyo título es
“Traje de viento”, y que ilustra muy bien acerca de las claves del poeta.
Al fin, el acto discurrió por los
cauces que había anticipado la anfitriona a través de una cita de Baudelaire en
la que se instaba al disfrute del vino, la poesía y la virtud a la guisa de
cada cual.
Rosario de la Cueva, José María Garrido y Adoración Rosado Merchán |